El fin de la oficina tradicional: así se redefine el espacio de trabajo
Hasta hace bien poco, la modalidad mayoritaria de trabajo exigía la presencialidad del empleado en una oficina –semánticamente, ‘lugar de trabajo’–, el ecosistema dominante de la actividad profesional en muchísimos sectores. Reflexionamos sobre el futuro de un concepto difuminado hoy por la virtualidad y el teletrabajo.
¿Se acuerdan ustedes de la película El apartamento (1960), el clásico de Billy Wilder? En ella, Jack Lemmon, insignificante asalariado de una gigantesca compañía de seguros de Nueva York, prestaba su pequeño apartamento del Upper West Side a cuatro directivos de la firma para acoger sus aventuras extramaritales. Pero no es esa premisa argumental lo que nos interesa en estas páginas, sino cómo Alexandre Trauner, diseñador de producción del filme, representó en ella esa jungla profesional conocida popularmente como oficina. Mediante una perspectiva forzada, procedimiento habitual en su obra, el genio húngaro concibió el decorado de la enorme sede de la firma como un set –con cierto aire a hacendosa colmena– que sugería una infinita sala repleta de escritorios. Pero la cosa tenía truco. El mismo Trauner lo explica: “El plató en el que trabajábamos tenía 60 metros por 40, pero el juego de la perspectiva creaba la ilusión de una profundidad de 200 o 250 metros, teniendo al fondo niños detrás de máquinas de escribir en miniatura e incluso pequeñas siluetas troqueladas que eran movidas por ayudantes”. Una ilusión –aunque quizás sería mejor escribir ‘pesadilla’– mitad racionalista, mitad alienante por la que Trauner consiguió el Oscar. Podríamos haber mencionado otras películas y series con oficinas memorables, de Todos los hombres del presidente (1976) o Armas de mujer (1988) a Mad Men (2007-2015), pero seguramente ninguna ha contribuido tanto a forjar la imagen colectiva de ese espacio de trabajo como la comedia negra de Wilder.
El teletrabajo, la opción necesaria
Cabe preguntarse, claro, si hoy esta es una imagen todavía vigente. Sí y no. Lo era, al menos, hasta la llegada de la pandemia de la Covid-19 y, con ella, el confinamiento, una medida que cambió por completo nuestra idea y práctica del trabajo, y también, del espacio en el que éste se desarrolla. El teletrabajo, o trabajo a distancia, se impuso como necesidad. Numerosas son sus ventajas a priori, entre las que destacan la flexibilidad horaria, una mayor conciliación familiar, menor nivel de estrés laboral, el aumento de la productividad o la reducción de costes para las empresas. Por ello, superada la pandemia, grandes compañías transnacionales hicieron pública su decisión de adoptar el teletrabajo a medio y a largo plazo. Mark Zuckerberg, CEO de Facebook, por ejemplo, anunció que alcanzaría a la mitad de sus trabajadores en 2030. Otras grandes tecnológicas, como Apple, Google o Microsoft, que marcan muchas de las tendencias laborales, siguieron el ejemplo.
Diversos estudios recientes estiman que hasta un 37% de los empleos actuales en los Estados Unidos son susceptibles de ser realizados sin acudir a un centro de trabajo. El dato en España, pese a ser un poco inferior, del 30%, sigue resultando elocuente. ¿Por qué no deberíamos, entonces, abandonar definitivamente la idea de tener que ir a trabajar y dejamos atrás las oficinas como lugar de trabajo?
Tratemos de valorar la posibilidad con algunos hechos y datos. Ya hemos mencionado las ventajas para las empresas, centradas sobre todo en el recorte de costes operativos (alquiler o compra de inmuebles, dotación de recursos, gastos energéticos, etc.), pero también en el acceso a un talento humano global y no acotado a una determinada ubicación geográfica, el aumento de la productividad o un incremento de la reputación corporativa. Por su parte, entre las ventajas para los teletrabajadores está el poder flexibilizar la jornada, partiéndola. Los horarios resultantes compaginan el rendimiento laboral con las necesidades personales, y, así, como ejemplo, la jornada se interrumpe para un rato en el gimnasio o para una clase de yoga. Algo que no siempre es positivo, ya que también se alarga a menudo fuera del famoso horario de oficina. Existen evidencias de que el teletrabajo ha generado una extensión de la jornada laboral –alargándola 2,3 horas de media– y de que esta dificultad para separar la vida laboral de la personal, y la confluencia de ambas en un mismo espacio, provocan una cierta incapacidad para desconectar del trabajo (según la última Encuesta de Población Activa, un 43% de las personas que teletrabajan en nuestro país afirman tenerla). Sin embargo, no son estos los mayores inconvenientes.

Un experimento social a gran escala sobre el teletrabajo realizado en China por Ctrip, una compañía de viajes online con cerca de 16.000 empleados, confirmó el ahorro y un aumento de la productividad del 22%, si bien, una vez finalizada la fase piloto, mostró también un resultado inesperado: un 50% de los participantes en la experiencia solicitó de forma voluntaria la vuelta al trabajo presencial. ¿Los motivos? Principalmente se trató de razones sociales (una acusada sensación de aislamiento) y una preocupación por la posibilidad de desarrollar la carrera profesional. Desde el ámbito de la sociología del trabajo, la literatura académica ha mostrado un importante consenso respecto al aislamiento social como uno de los principales inconvenientes del teletrabajo en el largo plazo. Como nos recuerda la Oficina de Transferencia de Resultados de Investigación de la Universidad Complutense de Madrid, “para contrarrestarlo, se hace necesario plantear nuevas medidas de socialización, liderazgo y gestión”. La falta de medidas para solucionar esta situación, como han ratificado diversos estudios, produce un creciente aislamiento de los empleados que trabajan en sus casas respecto de aquellos que lo hacen en la oficina y viceversa, lo que dificulta y deteriora, entre otras cosas, el trabajo en equipo.
Si bien es innegable que la opción del trabajo a distancia se ha consolidado desde 2020, también lo es que ha experimentado altibajos en los últimos dos años, también en España. Frente a la media de la Unión Europea, que se sitúa por encima del 24%, en nuestro país, según datos del Observatorio Nacional de Tecnología y Sociedad, este índice baja hasta el 19,4% el año pasado. En la actualidad, por encima de un tercio de las empresas españolas ofrecen alguna posibilidad de teletrabajar, si bien, el porcentaje de trabajadores que ejercen más de la mitad de su jornada laboral en remoto se reduce a un escaso 8%, según datos de la EPA de 2024.
Hacia un futuro laboral híbrido
Con todos estos datos, ¿volveremos en algún momento del todo a la oficina? ¿Regresaremos a ese lugar físico que tan firmemente nos parece, hoy, asociado al mundo de ayer? Es difícil responder de forma categórica. De lo que no cabe duda es de que el futuro laboral será, sin duda, cada vez más híbrido. En él se entremezclarán presencialidad y virtualidad, algo ya muy común, y también una difuminación de los horarios, para bien y para mal. Las últimas encuestas a directivos de las grandes organizaciones del planeta revelan que la gran mayoría (hasta un 68%) no tienen aún un plan detallado de cómo será ese modelo híbrido. Lo que está claro es que variables como el sector de actividad serán clave, con las grandes empresas tecnológicas y de la banca abriendo el camino, ya que muchas de ellas (BBVA, CaixaBank, Fujitsu, Microsoft, Google, etc) han avanzado en regulación interna al respecto, así como en nuevos modelos de trabajo. Nuestra propuesta es bien simple (o al menos lo parece): aprende del ayer, vive el hoy, espera el mañana.