Aunque no faltará quien opine lo contrario,
Mallorca es aún más maravillosa en invierno. Cuando se retiran las hordas de turistas –al menos, la mayor parte de ellas–, y bañadores y playeras se abandonan en el rincón más remoto del armario, la isla se reencuentra consigo misma.
El tiempo, amable incluso en los meses más fríos, invita a echar a andar por Palma, que recupera su hechizo habitual, envuelto en aires a veces nobles, otras mestizos. Como no es de recibo pasear por ciudad alguna sin detenerse a restaurar fuerzas, la capital mallorquina ofrece unas cuantas paradas gastronómicas de interés.
Cocina de museo
Deambulando por el barrio de Sant Jaume, se pueden visitar las exposiciones del
Centro Cultural Sa Nostra para luego apoltronarse en el patio cubierto del mismo palacete, donde funciona Aromata, la propuesta más informal del joven Andreu Genestra, una de las nuevas estrellas de la culinaria mallorquina. A mediodía, este café-restaurante ofrece un suculento menú, donde brillan unas cuantas especialidades del recetario tradicional de la isla –arroç brut, tumbet con huevo frito– mientras que por las noches se puede optar por dos menús gastronómicos, sin alharacas vanguardistas.
No muy lejos de allí, otra dirección imprescindible de la Palma invernal es Tast Club, el local más singular y elegante de un grupo que cuenta con otros cuatro establecimientos en la ciudad (Tast, Tast Unión, Tast Avenidas y El Náutico). Inaugurado en 2012, esta suerte de club secreto –no luce cartel alguno que sirva de reclamo a los transeúntes– se atiene a maneras británicas, con una sucesión de salones y comedores ambientados con clásica elegancia, y permite acodarse en la barra para disfrutar de su buena coctelería, descorchar alguna botella notable o sentarse en las mesas para consagrarse a las mejores materias primas, crudas o en enlatadas, que se presentan bajo el epígrafe de Colmado & Raw Bar. Si el banquete invita a echarse en los brazos de Morfeo, a tiro de piedra de Tast Club se asienta el Hotel Cort, con habitaciones que aúnan diseño contemporáneo con cierto espíritu decimonónico. Cuando se pernocta – palabro horroroso– en el casco antiguo de Palma, nada mejor que desayunar en Ca’n Joan de S’Aigo, casa fundada en el año 1700, donde se sirven las mejores ensaimadas, acompañadas por helados caseros. Una combinación adictiva.
Barrio con sabor
También en Palma,
no es mala idea empezar la mañana en el Mercado de Santa Catalina, tomando un café en la barra del Bar Frau o comprando quesos, embutidos o vinos de la D.O. Binissalem (en el puesto de Ca’n Novell). El barrio de Santa Catalina, antiguo arrabal extramuros de Palma, es uno de los rincones de la capital mallorquina que conserva con mayor pureza su alma. Y también algunas direcciones gastronómicas de interés, como el excéntrico –y pelín vetusto– japonés Hanaita, sito a dos pasos del mercado.
Antes de abandonar la ciudad, los gastrónomos más irredentos tienen en Marc Fosh Restaurant (antes Simply Fosh) otra visita imprescindible:
la última propuesta del chef británico que llegó a la isla en 1991 para aportar su impronta cosmopolita al ámbito de la culinaria local. El escenario, un edificio del siglo XVII, es tan apetitoso como el pato con eucalipto, piña y colinabo asado a la sal y demás platos de esta casa, adecuadamente estrellada por Michelin.
Marinas, brasseries y bistrots
Ya fuera de Palma, las alternativas gastronómicas se multiplican. Si bien los grandes templos culinarios del interior de la isla suelen cerrar sus puertas cuando concluye el estío –con la excepción de Andreu Genestra, que mantiene todo el año la actividad de sus dos restaurantes en el exquisito hotel Predí Son Jaumell, tanto el gastronómico (*Michelin) como el Senzill–, la mayor parte de los cocineros de relumbrón ofrecen opciones para aquellos sibaritas que pululan por Mallorca en tiempos de bufanda.
Así, en Alcudia, la inspirada Macarena de Castro aprovecha el parón de su fulgurante Jardín (*Michelin) para centrarse en la carta del Bistró del Jardín, de carácter más terrenal aunque igualmente sabroso: caldereta de pescado, pulpo a la parrilla con mahonesa de olivas... También el virtuoso Fernando Pérez Arellano, que triunfa con Zaranda (**Michelin) en el hotel más lujoso de la isla, Castell Son Claret, estrena en estos días Baiben, que
promete ser una de las aperturas más sonadas, tanto por su ubicación –Puerto Portals– como por su original concepto, que aúna elementos de brasserie, coctelería y gastrobar desenfadado para contentar a patrones, marineros, jeques y cualquiera que allí eche el ancla con carnes maduradas, pescados a la brasa, jamón Joselito, platos de influencias asiáticas, castizas, mediterráneas... y una extraordinaria carta de vinos con más de 700 referencias.
Por último, un consejo para quienes se aventuren por la maravillosa isla de Mallorca en invierno: en el entrañable comedor de la taberna Casa Manolo de Ses Salines se sirve el calamar de potera más fabuloso que este escribidor haya probado en su gastronómica vida. Merece la pena coger el avión (o el yate), aunque más no fuera para hincarle el diente al memorable cefalópodo que el locuaz Manolo asegura pescar con sus propias manos.