"Mind the gap!", susurra el altavoz del vagón de metro en la estación de
Picadilly. “Cuidado con el desnivel” al salir del tren, señor viajero, no se vaya de bruces contra el suelo. Un desnivel que en realidad comienza dentro del vagón de metro, repleto de viajeros absortos en su lectura, de pie, sentados, agarrados de la barra del vagón, en difícil equilibrio, pero con una mano siempre libre para sujetar un libro. Se trata del desnivel, o mejor dicho del “nivel”de un país que no ha perdido su tradición por los libros, por la literatura en general, por todos los géneros literarios sin menoscabo de ninguno, donde
la lectura es considerada aún una actividad más de ocio.
Estos son algunos ejemplos de lugares donde uno se da cuenta de que no solamente nos falta tiempo para leer todo aquello que nos gustaría, sino también para comprarlo. Primera parada. Empezamos por un plato fuerte. En el número 187 de Picadilly, la histórica librería
Hatchard’s pasaría inadvertida a nuestra vista, sobre todo porque acabamos de dejar unos metros más atrás la mole de Waterstones,
una de las mayores cadenas de librerías, con sus escaparates decorados con llamativos carteles de ofertas y las novedades editoriales peleando por llamar nuestra atención.
Hatchard’s no tiene nada que envidiar a su vecina y propietaria. Sus más de doscientos años de historia (en activo desde 1797) la convierten en l
a librería más antigua de Londres, o al menos esto asegura la amable cajera, con su marcado acento francés, mientras deposita en la bolsa donde va introduciendo los libros que acabo de comprar un folleto con la historia de tan vetusto establecimiento.
No dejen de solicitar uno cuando la visiten y conocerán más detalles, entre otras cosas, de sus clientes ilustres. Y a la cabeza de ellos, como no podía ser de otra forma, la Familia Real británica, empezando por
la reina Charlotte, esposa de Jorge III (Hatchard’s hoy día ostenta nada menos que tres Royal Warrants, que la convierten en librería proveedora oficial de la reina Isabel ii, del duque de Edimburgo y del príncipe de Gales), o los primeros ministros
Disraeli y William Gladstone. Éste último, famoso entre los empleados de Hatchard’s por solicitar siempre un buen descuento en sus compras.
Lord Byron, Rudyard Kipling, G. K. Chesterton
O Somerset Maughan adquirían sus libros en Hatchard’s
Ente los cotilleos que revela este suculento libelo está el hecho de que el gerente de Hatchard’s en aquel tiempo mantuviera habitual correspondencia con Lord Alfred Douglas y Constance (esposa de Oscar Wilde), durante la prisión que éste sufrió en la cárcel de Reading. Otros famosos escritores que adquirían aquí sus libros habitualmente fueron
Lord Byron, Rudyard Kipling, G.K. Chesterton y Somerset Maughan.
Gentleman
Caminando por los estrechos pasillos, enmoquetados en un tono verde algo más claro que el de las estanterías, en la planta baja llama la atención la sección de Cocina, con volúmenes de lo más variopinto: 'La cocina tradicional escocesa', 'El mundo de las especias' o 'La cocina de la granja'. Hatchard’s es una librería generalista, en la que, debido a su tamaño (cinco plantas)
podremos encontrar cualquier tema o género, con especial dedicación a dos, particularmente queridos por los lectores británicos: biografía e historia. Merece la pena echar un vistazo a las estanterías donde se encuentran los volúmenes de la historia de Londres, con fabulosos libros ilustrados sobre la ciudad del Támesis.
David contra Goliat
Esta es la historia de David contra Goliat. El tesón de un joven estudiante de banca que decidió colgar sus estudios y abrir una librería en una de las calles más cool de Londres, desafiando la concentración de librerías en manos de grandes grupos empresariales. Reunió dinero de amigos y algunos inversores, tardó dos años en tener claro qué tipo de librería quería abrir, en terminar la obra de este magnífico edificio de
Marylebone High Street, y en 1990 abrió una de las libreras más originales de esta ciudad. Dos puertas contiguas dan acceso al relativamente pequeño hall de
Daunt. Nada hace suponer que en la parte posterior nos aguardan dos enormes galerías de doble altura, iluminadas por un techo abierto con cristaleras. La luz penetra por todas partes, desafiando al tópico cielo gris londinense.
Especializada en libros de viaje, pero con una gran oferta literaria, también”. De forma paulatina esa resistencia inicial se fue venciendo y el boca a boca hizo el resto. Algunos escritores que vivían por la zona comenzaron a visitarla habitualmente y esto atrajo a más clientes. Hoy día no es raro encontrar en la cola, esperando para pagar, a escritores de la talla de
Ian McEwan o al dramaturgo Alan Bennett. Otras primeras figuras de las letras internacionales que han sido sorprendidas husmeando por sus estanterías son el británico de origen japonés
Kazuo Ishiguro, o Haruki Murakami.
Las
veladas literarias con autores de primera fila, leyendo y comentando sus novedades editoriales, también se han revelado como una buena herramienta para atraer clientes a la librería. Por cierto, veladas literarias a las que podremos asistir, tras pagar unas buenas cinco libras. Eso sí, con vino incluido. Le pregunto por la venta de libros a través de la Red, si disponen de portal en Internet para la compra online y qué porcentaje de su facturación se hace por esta vía. Internet no es para ellos una herramienta eficaz: “nuestros clientes” me explica, señalando alrededor, “constituyen el Londres literario, que de momento no realiza sus compras de libros a través de Internet. Prefieren venir a visitarnos los fines de semana, para adquirir sus libros”. Puro sentido común británico.
Permanencia en el tiempo
Sotheran’s, es otro extraño ejemplo de permanencia a lo largo del tiempo. Fundada en York en 1761, se trasladó a Londres en 1815, y conoció dos diferentes direcciones, hasta su actual ubicación, en el número 2 de Sackville Street. Solamente su gerente, el amable señor John Sprague, ha logrado sobrevivir estos más de doscientos años de historia de librería-anticuario (únicamente venden libros usados), atesorando la historia de la librería para contárnosla esta fría mañana londinense, mientras tomamos una taza de té.
Federico Oldenburg
Sentado frente a mi, alto y delgado, como un Alonso Quijano antes de perder la razón por culpa de los libros, lo primero que me hace notar es que las estanterías están cerradas a cal y canto. Los clientes deben solicitar que les saquen los ejemplares que desean ojear a unos diligentes libreros, que se apresuran a abrir las puertas de cristal a la menor insinuación con la mirada. “Estas puertas de cristal se instalaron en los años sesenta.
Algunos clientes compraban un libro y salían con dos o tres más bajo el abrigo”, me informa el señor Sprague instantes antes de dar un sorbo a su taza de té para ocultar una sonrisa socarrona.
Dividida en dos plantas, la inferior está dedicada a grabados e ilustraciones dispuestas en cajones, agrupadas por temas. En la superior, donde continúa nuestra charla, con techos de más de tres metros de altura, el señor Sprague me explica que Sotheran’s ha adquirido a través de los años las bibliotecas de algunos escritores como
Laurence Sterne o Charles Dickens. En realidad estas adquisiciones son una fuente habitual para nutrirse de libros. Durante mi visita tenían a la venta la colección de libros de Alistair Cooke, afamado periodista inglés, emigrado a Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial, presentador en la CBS del programa semanal de arte Ómnibus.
Sotheran’s cierra con llave sus estanterías: vende únicamente libros antiguos y usados
Sotheran’s tiene clientes de todas partes del mundo. Tradicionalmente norteamericanos con buenos recursos, sobre todo cuando la libra no estaba tan alta frente al dólar. Hoy día al parecer rusos, y sobre todo chinos, se encuentran entre los mayores compradores de libros que visitan Sotheran’s, con precios que oscilan entre las 5 libras y las 150.000. Respecto a los ingleses, mi caballero andante me cuenta una anécdota que define perfectamente el signo de los tiempos. Cuando el viernes era el día tradicional de paga, los clientes de Sotheran’s salían de la oficina con el sobre lleno de libras en los bolsillos y éste era un gran día para el negocio. En la actualidad, con las nóminas abonadas por transferencia bancaria,
se ha perdido esta lucrativa costumbre, y con ella se ha dejado atrás algo más importante: dedicar un día a la semana a comprar un libro.
Una reputación creciente
Y finalmente llegamos a una de las joyas de esta ciudad, la London Review Bookshop. Pero para comprender la trascendencia de esta librería, de aspecto sencillo, moderna pero sin estridencias, merece la pena conocer brevemente su origen. En 1979 el prestigioso e influyente semanario The Times Literary Supplement (creado en 1902, que contó entre sus colaboradores con firmas como T. S. Eliot o Virginia Woolf) se escinde y aparece el
London Review of Books, un suplemento cultural quincenal, que se entrega ese primer año junto al New York Review of Books, y ya en 1980 de forma totalmente independiente. Este nuevo suplemento cultural, con una vocación más literaria que su hermano mayor, el TLS, pero con una reputación creciente, decidió en el año 2003 que había llegado el momento de que la ciudad de Londres cuente con una librería independiente, libre del influjo de los grandes grupos editoriales.
Aparece en ese momento la
London Review Bookshop y su actual gerente general, el señor John Creasey, me cuenta en su diminuto despacho, rodeados de libros que se apilan sobre la mesa, en el suelo y en cajas a medio abrir, que la relación entre la revista y la librería, si bien pertenecen a la misma empresa, es absolutamente autónoma. Los libros reseñados en la revista pueden estar o no recogidos entre los recomendados en su página web, aunque tratan de que todos estén a la venta en la librería.
La London Review Bookshop también vende obras numeradas y firmadas por los autores
Dividido en dos plantas, este amplio local cuenta con varias mesas de novedades, en las que llama la atención el gran número de títulos de literatura, traducidos de los más diversos idiomas. Enfrascado en un jersey de lana dos tallas mayor que la suya, mi interlocutor me explica que Internet para ellos tampoco es una fuente de ingresos considerable. Sus clientes en el extranjero
suelen ser británicos que trabajan fuera del país y aprovechan la página web de la LRB para ponerse al día de lo que está ocurriendo en materia literaria en su país y hacer algunas compras. Pocos españoles y algunos franceses.
Otra especialidad de la casa lleva el concepto de ‘libros firmados por el autor’ un poco más lejos. Se trata de ediciones especiales de novedades editoriales, publicadas ex profeso para la LRB, lujosamente encuadernadas. Estos ejemplares,
a un precio muy superior al de venta al público de la edición normal, están numerados y por supuesto firmados por el autor. Todo un nuevo concepto de lujo cultural.