Tendencias 2025: cómo la tecnología, la sostenibilidad y el bienestar marcarán el futuro
Pasan los años, y la digitalización y la sostenibilidad continúan entre las claves para esbozar un futuro tan esquivo como de costumbre. Ahora, las tendencias en ámbitos diversos como el ocio, la información, el consumo o la felicidad cartografían territorios por explorar.
Nada más lejos de nuestra intención que enredarnos en la desconfianza y el desdén hacia los nuevos tiempos y los avances, sobre todo tecnológicos, que los acompañan. Dejémoslo en que lo que proponemos es aliarnos con ellos para, por un lado, darles el uso que el sentido común recomienda; y, a la vez, alejarnos lo suficiente como para permitirnos que no opaquen todo lo que no lleve el marchamo digital. La confluencia de ambas posturas puede permitirnos, por ejemplo, redescubrir lo analógico allí donde la tecnología no aportó tanto –dígase los libros–; revalorar la cercanía en tiempos de globalización imparable; o descubrir mundos desconocidos ahora que tantos están al alcance. Y un consejo más, con el que empezamos esta voluntariosa, y ya habitual, lista de neo tendencias: aceptémonos como somos antes de que las vacías utopías en torno a los superhumanos acaben devorándonos.
Aceptar nuestras limitaciones
Y aprender de una vez por todas a convivir con ellas sin tener que recurrir a oráculos tecnológicos –ni, yendo aún más allá, al transhumanismo– tratando de superarlas. La aceptación del propio límite es el indispensable punto de partida para poder dar paso al cambio que tantas veces anhelamos, marcando así el inicio de una nueva etapa. Y la implícita posibilidad de superarnos. Además, ¿cómo será el mundo en el que los implantes bio-tecnológicos nos desposean de nuestra fragilidad, quizá la esencia más profundamente humana? A nosotros no nos apetece imaginarlo. Admitamos que no podemos saber de antemano qué nos deparará el futuro, y que la única forma honesta de predecirlo es ponerse ya mismo a darle forma. Justo lo que pretenden las direcciones identificadas, observadas, estudiadas y apuntadas en este personal informe de tendencias sociales.
Una sostenibilidad verdadera
Y no postureo ni greenwashing. Porque tan cierto es que vivimos en un mundo cada vez más concienciado –y comprometido– con ella, como que la sobreutilización de un término comodín ha acabado por deslucirlo, al vaciarlo de buena parte de su significado y sentido originales. Seamos pues radicales y vayamos, por tanto, a la raíz del problema: la auténtica sostenibilidad implica asumir que la naturaleza no es una fuente inagotable de recursos, siendo imprescindible para su protección un uso racional de los mismos, ya. Adoptemos la calidad, la durabilidad, la circularidad y la responsabilidad como nuevos puntos cardinales. Y sigámoslos en una militancia multidisciplinar contra todo lo fast (estricto sinónimo de baja calidad, irresponsabilidad e intrascendencia). No, un jersey de cashmere no puede costar lo que un par de copas en un sitio de moda, pero sí estar impecable durante toda una década. ¡Pues eso!
Bien de contraste
En un mundo cada vez más embarullado por el exceso de información –infoxicado es el neologismo que hemos acuñado para describirlo gráficamente–, a menudo, además, sesgada, partidista e incierta, y dominado por una tecnología que no siempre contribuye a resolver el problema, se impone la necesidad de mantener un espíritu crítico. Contra viento y marea; contra teorías de la conspiración, bulos, fake news y posverdades. Pero, ¿en quién confiar hoy si hasta la todopoderosa inteligencia artificial nos engaña a veces? Porque, no nos preocupa tanto que las cosas sean así –o quizás todo lo contrario– sino cómo nos las cuentan, quién(es) y con qué fin. ¿Algún buen remedio para evitar el ruido y la furia? La verdad es que no hace falta convertirse en una central de noticias unipersonal ni obsesionarse con la verificación y el fact-checking, sino simplemente leer, pensar, contrastar e intercambiar más. Y mejor, a ser posible.
Muy de aquí
Dios nos libre de toda exaltación nacional-populista, enredada aún en el viejo adagio de que todo tiempo pasado fue mejor. Nada que ver, de hecho. Se trata más bien de una pequeña-gran rebelión en contra de la inexorable globalización que busca poner en valor –sin mitificaciones, pero con total honestidad– lo propio, lo tradicional y auténtico. De los llamados ‘productos de proximidad’ a los recetarios populares, del diseño made in Spain a nuestro folklore, de la música a las fiestas de toda la vida. ¿Retornar a lo local? Es muy probable –deseable, incluso– que, en los próximos años, y al margen de ideologías e instrumentalizaciones, esta apuesta por recuperar el valor real y el verdadero sentido se asiente como relevante tendencia de consumo. Y, de paso, que su cuestionamiento de la homogeneidad global se convierta en un elogio de la riqueza diversa. No es ya que haya que pensar fuera de la caja, como sugiere ese cliché tan manido por coaches y consultores, sino que hay que moverse fuera de ella. ¿Genérico? Solo el ibupofreno, gracias.
Social rewilding
Si el término rewilding –o reasilvestramiento, en castellano– hace referencia a la restauración activa de ecosistemas a gran escala (que permite que la naturaleza recupere su funcionamiento y desarrollo originarios), al añadirle el adjetivo ‘social’ apuntamos al proyecto de renaturalizar cómo y en qué invertimos nuestro tiempo libre, promoviendo experiencias y conexiones humanas genuinas, significativas y gratificantes. Sin likes, selfies, modos demo ni cancelaciones de por medio. Dentro de la burbuja digital, el ocio y el tiempo mismo se transforman radicalmente, impregnándose del ansia de inmediatez online y de la urgencia en la satisfacción del e-consumo. Hasta convertirnos en individuos que gestionan su entretenimiento de la misma manera que gestionan su trabajo: con una lógica calculada, mediatizada y absolutamente predecible. Frente a este gris horizonte vital, recuperemos la libertad, la improvisación y hasta el aburrimiento. Juntos.
Viajar con sentido
El pasado año hemos visto aquí y allá, dentro y fuera de nuestras fronteras, manifestaciones en contra de los excesos de la masificación turística y acciones más propias de guerrilla urbana que de protestas vecinales. Y parece que la turismofobia ha venido para quedarse. El malestar no lo causan tanto los visitantes, pues todos somos conscientes de que la movilidad humana ha generado siempre fructíferos intercambios a lo largo de la historia, como un voraz modelo sobredesarrollado que urge repensar. Ese que convierte nuestras calles en parques temáticos urbanos transformando cuanto toca en simulacro baudrillardiano; el que dificulta el acceso a la vivienda a los nativos a causa de la gentrificación, los sobreprecios o la inflación. Además, la banalización del viajar ha terminado por convertirlo en una parodia instagrameada a tiempo real. Pues bien, lejos de tranquilizarnos pensando que ‘el infierno son los otros’, debemos aceptar nuestra parte de responsabilidad y contribuir a moldear una nueva actitud. Viajar debe volver a ser descubrir, conocer, vivir, y no ir, ver y vencer.
Vuelta a lo (gloriosamente) analógico
A pesar del gusto del gran público por las distopías tecnofóbicas y su proliferación, todo apunta a que el mundo phygital –concepto que expresa la actual hibridación de lo físico y lo digital– en el que vivimos va a prolongarse durante años (manteniendo todavía lejano ese inquietante futuro totalmente virtual). Y, en este contexto, apelar al poder –y el goce– de lo analógico, ya se trate de objetos tangibles, como una cafetera italiana, un tocadiscos manual o una cámara reflex, o cualquier forma de contacto personal, no pretende de ningún modo ir en contra de los tiempos, sino permitirnos coger aire en una crisis de saturación de virtualidad y artificialidad que nos ahoga. Hablamos, en otras palabras, de reconectar con lo físico y orgánico, con lo táctil y despacioso, con lo que no tiene por qué tener un fin concreto, con lo que se hace en común. ¡Abajo ligar mediante la app de turno o que un rider nos traiga la compra a casa!