
Navegación 3.0: surcar los mares en la era digital
Las imágenes de la epopeya de la Kon-Tiki nos sirven, paradójicamente, para ilustrar esta reflexión sobre el mundo de posibilidades que la tecnología brinda al ancestral arte de surcar los mares.
“La mar es incierta, arbitraria, impávida y violenta –escribe Joseph Conrad, que tan bien la conoció, en sus Notas de vida y letras– (…) hay algo inane en su serenidad y algo estúpido en su ira, que es infinita, omnímoda, persistente y fútil”. Y, tras siglos y siglos de hazañas náuticas, históricas y legendarias, no es necesario listar navegantes y poetas para evocar la ininterrumpida lección de pequeñez y fortaleza, de desafío y triunfo, que olas y marinos vienen dando desde el principio de los tiempos. Una lección que no exige el dominio de términos como ‘botavara’, ‘imbornal’, ‘obenque’ o ‘roldana’ para ser entendida ni asumida.
Aun así, se hace muy difícil escribir sobre el gran azul y “el arte de dominar el barco” –la definición literal de ‘navegación’– sin preguntarse por la irrefrenable y atávica fuerza que arrastró a Shelley, sin saber siquiera nadar, a embarcarse en aquella sílfide flotante, el velero llamado inicialmente Don Juan y rebautizado Ariel, para surcar las aguas embravecidas del Tirreno hacia la muerte; o si, contraponiendo las apenas 560 millas náuticas –poco más de 1.000 kilómetros– que separan Troya de Ítaca con los diez años que le llevaría cubrirlas, ansiaba realmente Odiseo (o Ulises, como prefieran) regresar a su patria en lugar de disfrutar de tan hermoso viaje, lleno de aventuras, experiencias, riquezas y enseñanzas. Preguntas evocadoras, sin duda, pero que, parafraseando a Browne, no superan la mera conjetura.
En cambio, lo que resulta innegable es que el mar, última frontera salvaje y ámbito de libertad plena, posee un poder de atracción único. El francés Thomas Coville, recordista de navegación oceánica en solitario, confesaba en una entrevista que ni las victorias y las marcas personales ni la adrenalina de la competición con otros barcos y patrones pueden explicarlo; se trata simplemente –decía– de explorar lo desconocido y “hacer algo que nadie más haya hecho antes”. Y estarán con nosotros en que, la verdad, suena de maravilla…

De la brújula a la cartografía digital
Ahora, frente a esa inalterada fascinación humana por el medio marino, hay aspectos de la náutica que no han dejado de cambiar a lo largo de sus distintas épocas, como el impresionante desarrollo tecnológico que ha desempeñado siempre un papel determinante en la navegación moderna. Del perfeccionamiento del astrolabio y la brújula en la Era de los Descubrimientos o la invención del sextante y el cronómetro, que datan del Siglo de las Luces, al revolucionario Sistema de Posicionamiento Global (GPS), desarrollado en los años 70 del siglo pasado, la cartografía digital, que ha evolucionado en paralelo, o el milénico Sistema de Identificación Automática (AIS), destinado a mejorar la seguridad marítima al permitir que los barcos intercambien datos como su posición, velocidad o rumbo de forma automática.
Y, así, en nuestros tiempos hipertecnologizados, al espíritu aventurero y las horas al timón les acompañan –y respaldan– la electrónica avanzada, la automatización, el análisis de datos y, cómo no, la inteligencia artificial, que permiten a los navegantes trazar rutas más precisas, evitar obstáculos u optimizar el consumo de combustible mejorando eficiencia, seguridad y experiencia. Sin olvidar el boom de las aplicaciones móviles –como Windy, Navionics o PredictWind, por citar algunas de las de mayor éxito–, que ofrecen información y pronósticos meteorológicos en tiempo real, detallados mapas de navegación actualizados constantemente y otras herramientas igualmente útiles a través del smartphone.

Sin duda no faltarán puristas que, llegados a este punto, nos recuerden la epopeya de la Kon-Tiki –que ilustra estas páginas–, capitaneada por aquel noruego con nombre de antiguo dios, Thor Heyerdahl, que nos dejó, además, una apasionante crónica de la misma en su famoso libro (un auténtico bestseller de la literatura de viajes traducido a más de 60 lenguas y que daría lugar a un documental que se hizo con el Oscar en 1951). Su embarcación, una balsa construida con nueve troncos de madera unidos entre sí por cuerda de cáñamo, pretendía ser una réplica de los modelos preincaicos y, pese a todas las (muchas) adversidades, culminó con éxito el periplo de cruzar el Océano Pacífico de las costas de Perú a la Polinesia francesa. 101 días de navegación –movida únicamente por las mareas, las corrientes y la fuerza del viento– siguiendo el Ecuador para cubrir casi 7.000 kilómetros apenas un año y medio después del fin de la II Guerra Mundial. Eso sí, contando con cierto aparataje contemporáneo, como una radio, relojes, cartas y mapas, o varios sextantes. Todo sea dicho. La nostalgia es una peligrosa manera de comparar.
Seguramente la forma más sencilla de evaluar el impacto de la tecnología en esta arte ancestral sea atender a los resultados que propicia; centrándonos, por ejemplo, en los récords y plusmarcas recientes. El verano pasado, el citado Thomas Coville estableció una nueva marca mundial de distancia en solitario, recorriendo 713,8 millas náuticas en solo 24 horas.

Coville, que ha competido en carreras tan exigentes como el Solitaire du Figaro, la America’s y la Admiral’s Cup o la Mini Transat 6.50, destaca la importancia –junto a la preparación física y mental– de las mejoras técnicas tanto en el equipamiento abordo como en las herramientas de navegación, que, en su opinión “han hecho posible afrontar desafíos hasta ahora impensables”. Y Charlie Dalin, que posee el récord de la vuelta al mundo más rápida de la historia –en poco más de dos escuetos meses (64 días, 19 horas, 22 minutos y 49 segundos, para ser exactos)–, encarna igualmente una generación de navegantes para la que la tecnología puntera y el diseño abren nuevas oportunidades y desafíos. Su gesta a bordo de un IMOCA, un tipo de yate de vela monocasco de alto rendimiento que ha revolucionado las regatas de larga distancia, demuestra que la navegación está hoy en medio de una transformación sin precedentes. Son solo dos ejemplos, pero, a nuestro juicio, presentan una razón suficiente para imaginar una potencialidad casi infinita.
Afirma el dicho marinero que “A piloto diestro, no hay mar siniestro”. Y estamos totalmente de acuerdo. Pero coincidirán con nosotros en que, aún menos, si se trata de un timonel 3.0.