En el taller de Francisco Leiro, el escultor social que triunfa en el mundo
Durante algún tiempo, Francisco Leiro se ganó la vida haciendo bustos de muertos en su tierra natal (Cambados, Pontevedra, 1957). Para adornar panteones. También retratos de vivos y alguna pequeña escultura de encargo –una virgen para la vivienda de un empresario local, por ejemplo–. Y, paralelamente, iba tallando y acumulando las esculturas que a él […]
Durante algún tiempo, Francisco Leiro se ganó la vida haciendo bustos de muertos en su tierra natal (Cambados, Pontevedra, 1957). Para adornar panteones. También retratos de vivos y alguna pequeña escultura de encargo –una virgen para la vivienda de un empresario local, por ejemplo–. Y, paralelamente, iba tallando y acumulando las esculturas que a él le gustaba crear. Porque Leiro sentía pasión por el arte, pero también por la libertad que entraña ser artista. “No necesitas que nadie te contrate; coges un pegote de barro y haces una figura; o un pincel y pintas, en la pared del cuarto de baño si no tienes otra cosa. Los artistas tenemos ese lujo de poder ser libres”.
Da la impresión de que lo era entonces y lo es ahora, de que no ha hecho nada que no quisiera. Y de que confía en la absoluta autonomía del artista para ejercer esa libertad. Sin excusas. Por eso, le suenan extrañas las preguntas sobre la incidencia de la política en la creatividad o la capacidad de algunas decisiones judiciales de ponerla en peligro. “Eso es absurdo, es imposible. El arte es totalmente libre. Otra cosa es que quieras estar en la Corte y entonces te tengas que poner corbata para entrar”.
Francisco Leiro no lleva corbata, aunque sus obras alcancen las seis cifras en el mercado. Aún parece desprender ese aire bohemio con el que desde la incipiente movida gallega, en plena Transición, fue enviado a un cuartel de Andalucía a hacer la mili con 22 años para descubrir que la España normal seguía escuchando, “con todo respeto”, a Lola Flores y “no tenía ni idea de lo que era la democracia ni la esperaba”.
No tuvo apenas tiempo de dudar. En 1983, recibió una invitación de la galería Manolo Montenegro para participar en una exposición en Madrid –“por lo que sea, llegué en el momento adecuado”– y empezó por fin a vender y a hacerse un nombre en el mundo del arte. Ahora, sus esculturas están presente en colecciones de todo el mundo, es artista de la prestigiosa galería Marlborough y reparte su tiempo entre Cambados y Madrid tras haber vivido y trabajado 20 años en Nueva York.
Los intentos de etiquetar el arte de Leiro se multiplican en internet, desde surrealista hasta manierismo gallego, entre otras muchas forzadas etiquetas. “Utilizo muchísimo la herencia de la escultura de toda la humanidad. Hay piezas mías en las que puedes encontrar vestigios del arte precolombino y otras con cosas del arte románico. Soy un amante del arte en general. Siempre digo lo mismo: he enfocado mi escultura a partir del cuerpo humano. ¿Eso es figurativo? Pues me vale”.
Efectivamente, su obra está plagada de enormes hombres y mujeres tallados en madera que a veces expresan dolor o denuncia –por el ataque a las Torres Gemelas, la guerra de Siria o el desastre del Prestige, por ejemplo–; otras son recreaciones personalizadas y “desacralizadas” de la mitología; algunas tienen una faceta “más humorística” y, por último –según su propia clasificación–, un cuarto tipo de figuras “anodinas”, en la que se fusionan con objetos como hachas, sillas o flechas porque sí. “Yo las llamo figuras sin ombligo”.
Los rostros de las figuras de Leiro no son en absoluto reconocibles, ni siquiera facciones definidas. “Mis esculturas son en general ciegas y sordas. Yo hago figuras humanas, pero mi interés formal es abstracto: dar una forma que me interesa, que funciona, que tiene un equilibro o un desequilibrio o una volumetría que produce una sensación u otra. Para ver mis esculturas no las tienes que mirar a los ojos, son para verlas desde todos los ángulos”.
¿Qué es para Francisco Leiro el éxito? “Para mí el éxito de un artista es que pueda hacer lo que quiere y poder mostrarlo. A los artistas nos gusta que vean nuestras cosas, que la gente se acerque e intente entender lo que estás haciendo”. Cuatro de estas grandes esculturas de Leiro están expuestas hasta el próximo 1 de julio en el Museo Patio Herreriano, de Valladolid.