‘Objetos a los que acompaño’: la vida a través de la mirada de Carlos Risco
Periodista, músico y un audaz escritor. Carlos Risco nos invita a ver el mundo a través de sus ojos con ‘Objetos a los que acompaño’, un primer libro que profundiza, de una forma personal y única, en la realidad que nos rodea.
Pocas personas son capaces de encontrar la magia en las pequeñas cosas que las rodean, y muchas menos pueden expresarlo de una forma tan artística como lo hace Carlos Risco. Como si de un Chema Madoz de la literatura se tratase, Risco sabe dotar de una sensibilidad especial a los artilugios con los que convive cada día, o mejor dicho, a los objetos a los que acompaña, según reza el título de su primer libro.
Objetos a los que acompaño es el fruto de años de trabajo, pues esta obra recopila cien artículos que Carlos Risco ha elaborado, con un estilo muy personal, para diferentes medios a lo largo de su carrera. Al inicio de la misma escribió para el Dominical, Rolling Stone o Vanity Fair, y actualmente colabora frecuentemente con La Región, El País y Gentleman.
Hace tiempo que Risco decidió abandonar el bullicio de Madrid y regresar a su Galicia natal, donde vive en una aldea despoblada rodeado de quietud, naturaleza y su incondicional gato Tito. Allí, en la intimidad de una vida silenciosa, es donde los objetos le hablan mejor, y donde encuentra la mayor inspiración. “Quizá ahora, en la soledad del campo, su presencia ha cobrado un sentido más denso, pero aquello que veía y sentía siempre ha estado ahí”, nos explica.
Es una filosofía que queda clara en Objetos a lo que acompaño, una recopilación de artículos dedicados, cada uno de ellos, a algún objeto al que Risco ha querido realizar su particular homenaje. Unas palabras reforzadas por las magníficas ilustraciones de Iria Cortizo, que captan la esencia de cada pieza como si de auténticos rostros se tratase. Entre todos estos protagonistas, Carlos ensalza la bicicleta como el mejor invento de la historia. ¿El peor? “Las armas, desde luego. Cualquier artefacto diseñado para matar”, afirma el autor.
Un libro tan especial merecía una conversación especial. Por ello, desde Gentleman hemos querido hablar con Carlos Risco y comprobar de primera mano, tal y como refleja su libro, que su pasión por la vida es contagiosa.
En tu libro aseguras que “hubo un tiempo en que me esforcé en ser dueño y señor de mi tiempo”. ¿Es eso posible para el ser humano?
Hombre, el humano, a no ser que se haya erigido en rey o aristócrata para inventarse lo del no currar, siempre ha tenido que esforzarse para comer. El humano de hoy tiene que hacerlo además en oficinas y trabajos que casi nunca le gustan. Yo también tengo que trabajar para sobrevivir, pero, en los muchos años que he sido freelance, he intentado alejarme de muchas distracciones y disfrutar de un tiempo largo. Creo que, fuera del asunto del trabajo, las horas pueden ser más densas y con más aroma si uno enfría su cabeza, se regala la amistad de los árboles y disfruta de actividades sencillas que hacen todo, curiosamente, más intenso.
Dices que “aunque me gustan las personas, también me molesta su compañía”. ¿Pueden ser mejor compañía los objetos que las personas?
No lo creo. Los objetos nos sirven y nos ayudan en el día a día, pero las personas nos transforman profundamente. Intento huir de la bulla de los vecinos, de la vigilancia de una urbanización, del estrés de escuchar al de arriba. Por eso me gustan los lugares semiretirados y vivo en una aldea abandonada, sin vecinos, donde puedo ser yo el gestor y el culpable único de los ruidos y los silencios. Y, por supuesto, invitar a mi gran familia y a todos mis amigos, que son muchos, para celebrar esta cosa rara y hermosa de la vida.
¿Se puede querer más a un objeto que a una persona?
Hay objetos a los que se le quiere mucho, hay cariños fuera de sitio, pero creo que hay que controlar los amores. Los objetos se rompen y se estropean. No hay que apegarse. Ni a las personas ni a los objetos.
Por lo general, ¿crees que valoramos lo suficiente los objetos de nuestro alrededor o más bien su magia suele pasar desapercibida para nosotros?
Me da la sensación de que esta cultura de superficie nos empaña la visión. Nos hipnotizan las luces, las golosinas, las capacidades digitales. Y nos olvidamos de las cosas hechas a mano, las de un mundo más suficiente e imperfecto, hecho a escala humana, donde lo útil era bello, no existía la obsolescencia y había menos de todo y todo era más capaz. No hay que romantizar el pasado, pero sí reclamar lo bien hecho. Nos engañan como a chinos. Y eso que los chinos son la gran cultura.
A menudo nos obsesionamos con acumular cosas materiales. ¿Más es más?
Vivimos en una civilización enferma. El ser humano está construyendo su propio final por la mentira del confort. El planeta se acaba por cómo comemos, por cómo vestimos, por cómo viajamos. Acumulamos porque nos vuelven tarumbas los departamentos de marketing, porque la felicidad se identifica con el tener y el experimentar. Estamos todos fatal. Necesitamos muy poquito para vivir. Menos es suficiente. Pero nadie quiere tener menos. Es horrible pontificar sobre nada. Yo también soy una mala noticia para el planeta. Apenas puedo decir que prefiero el placer de envejecer junto a algo bien hecho que esa frivolidad del estrenar algo nuevo.
Dices que “es urgente que lo bien hecho no cambie”. ¿Han cambiado demasiadas cosas en los últimos años? ¿Para bien o para mal?
El planeta se ha interconectado como una placa eléctrica. Somos muchos, demasiados, esquilmando el planeta. Y estamos enfermos de comprar y vender. Las cosas de hoy nacen para ser tiradas. Sabemos, aunque nos cueste admitirlo, que el reciclaje es una mentira para seguir consumiendo con voracidad. Fabricamos la basura con la que vamos a extinguirnos. Dicho esto, sin querer ser gurú, cualquiera podemos comprobar que las cosas se hacen peor. La radio de los años 50 que tengo en casa sigue funcionando y suena increíble.
Opinas que “la vida va de querer”. ¿Por qué casi nadie lo entiende?
Sin ser mesiánico, diría que lo grande de estar vivos es sentir amor, por las personas, por los animales, por los árboles. Mejor nos iría si estuviésemos conmocionados más tiempo del que pasamos cabreados.
Si los objetos que conviven contigo hablasen… ¿qué dirían de ti?
Uf, quién sabe. Quizá que soy un poco vago, que esta casa es una acumulación de cosas y que están unos revueltos encima de los otros. Que debería pasar más el plumero. Quizá, a los más analógicos les reconfortaría saber que los sigo usando lustros después y no los cambio por sus hermanos robóticos.
Los objetos suelen tener una segunda vida. ¿Cómo imaginas esa segunda vida para tu libro?
Lo ideal sería en las manos de otro. Los libros deberían hacerse para ser leídos. Si eso no es posible, que lo usen como mulching de un bancal de tomates.