Coches autónomos: presente y futuro de una conducción que cambiará el mundo
Nueva York, 1939. El diseñador industrial Norman Bel Geddes presenta en la Feria Mundial un vehículo eléctrico controlado por un circuito, también eléctrico, capaz de avanzar sin necesidad de ser conducido por un humano. Por aquel entonces, el evento, capitaneado por el presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt en época de la Gran Depresión, se movía […]
Nueva York, 1939. El diseñador industrial Norman Bel Geddes presenta en la Feria Mundial un vehículo eléctrico controlado por un circuito, también eléctrico, capaz de avanzar sin necesidad de ser conducido por un humano. Por aquel entonces, el evento, capitaneado por el presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt en época de la Gran Depresión, se movía entre lo posible, lo futurista y lo inalcanzable.
Han pasado casi 80 años, pero el reto sigue produciendo asombro (cuando no escalofrío) incluso en días en que la tecnología parece poder con todo. ¿Es capaz un coche de conducir solo? Si nos ceñimos a la teoría, el coche autónomo es el modelo perfecto como sistema de transporte, donde su funcionamiento se basa en el cumplimiento de unas leyes y directrices impuestas. Sin embargo, la práctica es otra cosa.
Para Reno Marioni, responsable de Innovación y Producto de BMW, la conducción autónoma es incluso una cuestión psicológica. “Parte de los retos que tenemos por delante no solo dependen de la innovación, sino de la mentalidad de las personas: cómo hacer que cambien el chip de que un coche les puede llevar y traer sin que ellos tengan que moverse”. En la misma línea, su compañero y director de marketing de la firma en España, Rafael Alferez, enfoca el debate hacia un terreno ético. “¿Dejarían que un coche que se conduce solo llevara a sus hijos al colegio?” ¿Y si hay un accidente? ¿De quién es la culpa? Estas incógnitas, aún por resolver, no le quitan su optimismo. “En cinco años veremos normal que un coche nos lleve y nos traiga”.
No obstante, el principal obstáculo para la implementación de los vehículos autónomos no se deriva de las limitaciones de las tecnologías de conducción, sino de factores políticos, jurídicos, de regulación, de infraestructura y de responsabilidad. Por ejemplo, en Europa, Reino Unido ya manifestó oficialmente en 2015 que no existirán barreras legales para probar los vehículos autónomos en calles públicas cuando éste sea una realidad. Sin embargo, aclaró que deberán modificarse normas viales y de control vehicular para permitir que puedan transitar libremente.
Esto es algo que en Gotemburgo (Suecia) ya está sucediendo. Desde el año pasado, 1.000 coches autónomos de Volvo circulan por la ciudad y, hasta el momento, sin accidentes. Algo de lo que no puede presumir el ambicioso proyecto de Elon Musk, cuyos Teslas han sufrido ya dos siniestros a lo largo de este año. Pese a ello, tanto Google como General Motors probarán en 2019 su nueva flota de vehículos autónomos sin volante y sin pedales.
¿Pero cuál es la prioridad cuando un coche autónomo tiene un accidente? En 2016, la Universidad en Oregón, el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) y la Universidad de Toulouse realizaron un estudio sobre el dilema social de los coches sin conductor: ¿salvar al pasajero o al peatón? Los algoritmos utilizados hasta el momento por los fabricantes tienden a sacrificar a sus propios pasajeros si hay un riesgo de atropello de peatones. “¿Pero quién estaría dispuesto a comprar un coche que no ponga su seguridad en primer lugar? Hace falta un debate colectivo, más allá del negocio y la ciencia ficción”, asegura François Bonnefon, uno de los investigadores del estudio.
"¿TE GUSTA CONDUCIR?"
Parafraseando el mítico eslogan que el publicista Toni Segarra hizo para BMW –y convirtió con su popularidad en propiedad de todos–, la implantación de los coches autónomos se vería dificultada por un sencillo sentimiento: el gusto que proporciona conducir. En un estudio realizado por Ipsos, un 66% de conductores encuestados en once países de la Unión Europea asegura querer tener el control del coche. En este sentido, los niveles de autonomía del vehículo comienzan a jugar un papel protagonista que hace algunos años no tenían.
De 1 a 5 (nivel 1, ayuda al conductor; nivel 2, semiautonomía; nivel 3, el coche comienza a tomar decisiones; nivel 4, autonomía completa en entornos controlados; y nivel 5, autonomía total), los distintos grados podrían actuar de mediador en un universo que se debate entre lo que puede, le dejan o debe hacer. “Nos esforzamos por crear coches que sean más que un simple medio de transporte. Lo ideal es que la implantación de los coches autónomos no suponga a largo plazo la destrucción de la propia conducción. Ambas formas deberían convivir”, propone Daisuke Umetsu, ingeniero de desarrollo de rendimiento de Mazda. Quizá su sencilla teoría acabe por fin con el debate.