Facebook: glorias y miserias de la red social que lo sabe todo de nosotros

Facebook: glorias y miserias de la red social que lo sabe todo de nosotros

Afirmar que las redes sociales han tenido un profundo impacto en nuestra conectada e inmediata vida hipermoderna es una obviedad. Facebook, que pese a todo sigue siendo, con mucho, la mayor de las redes sociales, tiene 2.300 millones de usuarios activos mensualmente en todo el mundo, según datos de la propia compañía a finales de […]

Afirmar que las redes sociales han tenido un profundo impacto en nuestra conectada e inmediata vida hipermoderna es una obviedad. Facebook, que pese a todo sigue siendo, con mucho, la mayor de las redes sociales, tiene 2.300 millones de usuarios activos mensualmente en todo el mundo, según datos de la propia compañía a finales de 2018. El usuario medio pasa casi una hora al día en Facebook y sus plataformas hermanas, Instagram y Messenger, convertidas poco a poco en la principal vía de conocimiento del mundo que nos rodea, así como de relación social con los otros. Ninguna otra tecnología, desde la aparición de la televisión, ha modificado tan drásticamente la forma en que las personas se comunican, obtienen información y ocupan su tiempo, digamos, de ocio. Las hipótesis sobre el impacto de las redes en nuestro bienestar han seguido una trayectoria clásica, pasando de un temprano optimismo sobre los beneficios potenciales de tales herramientas a una preocupación más o menos generalizada hoy sobre los posibles perjuicios. Es innegable que reducen radicalmente no solo las dificultades, sino el coste de conectarse, comunicarse y compartir información con otros; y dado que las relaciones interpersonales se cuentan entre los impulsores más importantes de la felicidad y el bienestar humanos, su componente positivo individual es tan claro como fácilmente demostrable. En la esfera de lo colectivo, también han probado beneficios sociales de calado y amplitud: desde facilitar la protesta –y la resistencia– en los países con regímenes autocráticos, hasta alentar la participación ciudadana en las democracias establecidas. Del otro lado de la balanza, alrededor de las redes y su cultura surgen no pocas sombras (relacionadas con órdenes tan diversos como la seguridad, la política, la moral o el consumo). “Todos los días trabajo para unir a la gente y construir una comunidad para todos. Esperamos dar a todas las personas una voz y crear una plataforma para todas las ideas”. Quien afirmaba luchar en pos de esta Arcadia comunicativa moderna no es otro que Mark Zuckerberg, fundador de Facebook, imagen encarnada del éxito y revolucionador de la comunicación de masas. Bien distinta, sin embargo, resulta la visión del prestigioso sociólogo y pensador Zygmunt Bauman, para quién Zuckerberg “ha ganado 50.000 millones de dólares centrándose en nuestro miedo a la soledad; eso es Facebook”. ¿De qué parte situarse? “Nunca en la historia de la humanidad –prosigue Bauman– hubo tanta comunicación como hoy, pero esta comunicación no desemboca en un diálogo, que es el desafío cultural más importante de nuestro tiempo. Nadie habla realmente”. Ese sueño visionario, el ideal comunitario de Zuckerberg, se materializó hace ahora 15 años, el 4 de febrero de 2004. EL CHICO DE ORO (O ESO PARECE) A sus 34 años, Zuckerberg es el más joven de la lista de multimillonarios de la revista Forbes (su patrimonio personal se estima en más de 70.000 millones de dólares, lo que le convierte en el quinto hombre más rico del planeta). Con solo 18 años, lanzó junto a su amigo y excolaborador en Facebook Adam D’Angelo el programa Synapse Media Player, que permitía la reproducción de música basada en las preferencias y selecciones previas del usuario. A pesar de que gigantes informáticos como Microsoft y Apple se interesaron inmediatamente por la aplicación, Zuckerberg decidió que los usuarios pudiesen descargarla gratuitamente de internet. ¿Multimillonario por accidente, idealista visionario, la persona más influyente, en la actualidad, dentro del mundo de la tecnología? Facebook cuenta hoy con alrededor de 2.300 millones de usuarios en todo el mundo y es, según el portal Alexa.com, la segunda página web más visitada. Motivos por los cuales hay quienes no han dudado en situar su nacimiento junto al de las grandes revoluciones en la comunicación humana: la escritura, que permitió el registro y la conservación de documentos; la imprenta, con su capacidad de reproductibilidad técnica del conocimiento; el desarrollo de los medios de comunicación de masas a lo largo de los siglos XIX y XX y las tecnologías de la información que, a finales de éste último, cristalizaron en el surgimiento de la red de redes, internet, la autopista de la información –según la fórmula de Bill Gates–, que “abriría oportunidades artísticas y científicas jamás soñadas a una generación de genios”. Informática, digital, electrónica, virtual, computerizada, inteligente… Precisamente la generación de Zuckerberg. ¿Cuál es el secreto del éxito de Facebook? La idea fundacional de Zuckerberg era la de crear una comunidad virtual en la que sus miembros pudiesen expresar libremente su identidad y sus gustos, en la que encontrar a un grupo de iguales con quienes interactuar y compartir. Facebook sería una red social abierta a todos, gratuita, una herramienta de comunicación inmediata y disponible en todo momento y desde cualquier lugar. La vía perfecta de interacción virtual. En el mejor de los casos, se trata sin embargo de una imitación –en el sentido de copia a partir de un original– de comunidad: uno reconstruye la que ya tiene (o no) en la realidad, de modo que las redes sociales, Facebook u otras, lo que crean es la reproducción de una comunidad, su sustituto. La principal diferencia entre una comunidad y las redes sociales es que, mientras que uno es quien pertenece a la primera, la red, en cambio, le pertenece a uno. En las redes sociales se pueden añadir ‘amigos’ con un clic, borrarlos, etc.; es uno mismo quien controla por completo a la gente con la que se relaciona. No así en una verdadera comunidad. Que la gente se sienta tan cómoda formando parte de estas ‘comunidades virtuales’, pese a la fragilidad y superficialidad de muchos de los lazos e interacciones virtuales que producen, radica en que la soledad sea una de las grandes amenazas (y miedos) en estos tiempos cada vez más individualizados. Y lo mejor es que en las redes es tan fácil añadir amigos, o eliminarlos, que no se necesitan grandes habilidades sociales para ello. Al contrario que en la vida real. Si la información es poder, Facebook, que conserva los contenidos de sus usuarios, acumula mucho de ambos He aquí el quid de la cuestión: las redes sociales no enseñan a dialogar. Ni siquiera es necesario el diálogo. Funcionan como cajas de resonancia, nos comunicamos volviendo a escuchar nuestras palabras. La comunicación digital es hoy una comunicación sin comunidad. En cierto modo, muchos de nosotros la utilizamos primordialmente para satisfacer nuestro narcisismo. En este sentido, Byung-Chul Han, uno de los grandes comentaristas de la sociedad digital –a través de obras como 'La sociedad del cansancio', 'La expulsión de lo distinto' o 'La agonía del Eros'–, y uno de los ensayistas contemporáneos más interesantes, cuyo último libro, 'Buen entretenimiento' (Herder) acaba de publicarse en nuestro país, afirma: “Por Facebook o Instagram revelamos hoy voluntariamente una enorme cantidad de informaciones personales, incluso detalles íntimos. Y al hacer eso nos sentimos libres, aunque en realidad estamos totalmente controlados. ¿Quién pondría hoy una bomba en Facebook o Google en nombre de la libertad? Lo que sucede es que gracias a Google o a Facebook nos sentimos libres. La dominación se ha consumado en el momento en el que se hace pasar por libertad”. Mucha gente no usa las redes sociales tanto como un trampolín comunicacional, para ampliar sus horizontes relacionales o construir un diálogo con los otros, sino todo lo contrario, reafirmándose en el yo, encerrándose en su zona de confort, donde el único sonido es el eco de su propia voz y la única imagen, el reflejo de sí mismos. Por eso, “deberíamos convertirlos –concluye Han– en un espacio público en el que nos olvidáramos de nuestro ego y apostáramos por intereses comunes”. UNA GENERACIÓN ENREDADA Lo que es indudable es que las redes sociales, con Facebook a la cabeza, se acoplan a los nuevos estilos y ritmos de vida. El mismo Zuckerberg, citando un estudio realizado por el Pew Research Center, ha señalado cómo la interacción humana futura pasa cada vez más por lo virtual: siete de cada diez adultos reciben la mayor parte de la información que consumen en sus dispositivos móviles y dos de cada tres familias se comunican noticias importantes regularmente a través de las redes sociales. Quizás por ello, en 2012, Facebook se hizo con Instagram, su gran rival en las redes sociales, y en 2014 con la aplicación de mensajería móvil WhatsApp. A la vez que su conquista de los principales y más populares cauces de comunicación masivos es innegable, las críticas en su contra no han cesado desde que alcanzó un estatus de difusión global. Se han criticado, en primer lugar, unas condiciones y términos de uso que certifican que el usuario “le otorga a Facebook el derecho irrevocable, perpetuo, no exclusivo, transferible y mundial de utilizar, copiar, publicar, difundir, almacenar, ejecutar, transmitir, escanear, modificar, editar, traducir, adaptar, redistribuir cualquier contenido depositado en el portal”. A sus 34 años, Zuckerberg es el más joven de la lista de multimillonarios de la revista Forbes Es decir, la cesión exclusiva y perpetua de toda información, convertida en potencial propiedad comercial, que compartamos a través de la red social, que se reserva además la autoridad de utilizarla como desee. Si la información es poder, Facebook, que mantiene copias indefinidas de los contenidos vertidos por sus usuarios (una vez que han cerrado sus cuentas o incluso fallecido), acumula una gran cantidad de ambos. Algo que ha disparado las especulaciones sobre los posibles beneficios comerciales que la compañía podría obtener de su intercambio y que ha llevado a la Comisión Europea, en septiembre año, a amenazarla con sanciones si finalmente no se adapta a las leyes europeas de protección de los consumidores e informa a sus usuarios de cómo opera y obtiene sus beneficios. Años atrás, en junio de 2013, la documentación filtrada por Edward Snowden, antiguo agente de la CIA, apuntaba a Facebook, junto con otras empresas tecnológicas punteras como Google, Apple o Micosoft, como parte activa del controvertido programa clandestino de vigilancia PRISM, puesto en marcha por la Agencia de Seguridad Nacional de los Estados Unidos tras los atentados del 11 de septiembre. Una acusación ante la cual la red social se ha defendido afirmando “Nosotros no proveemos acceso directo a los servidores de Facebook a ningún organismo gubernamental”, y señalando que, en los casos en los que dicha información le es requerida oficialmente, “verificamos cuidadosamente que la petición cumpla con las leyes vigentes y solo proporcionamos información autorizada por la ley”. Más reciente es el escándalo de Cambridge Analytica, destapado en marzo de 2018 por The New York Times, The Guardian y The Observer. Según dichos medios, la empresa recopiló información de unos 50 millones de usuarios de la red social presuntamente con unos fines académicos que ocultaban realmente intereses electorales. Facebook habría sido consciente de esta violación de sus políticas de privacidad durante al menos dos años sin haber tomado medida alguna para proteger la seguridad de sus usuarios. Por ello, fue multada en el Reino Unido con una sanción superior al medio millón de euros y, según una investigación del Pew Research Center, tras hacerse público el escándalo uno de cada cuatro norteamericanos eliminó la aplicación de su teléfono móvil. ¿Marcará esto un antes y un después? Ya en 2014 un estudio de la Universidad de Princeton comparaba a Facebook y al uso de otras redes sociales con una epidemia y auguraba su rápido declive para 2017, año en el cual habría perdido al 80% de sus usuarios activos. Pese a ésta y otras predicciones similares, los presagios no se han cumplido (del todo). Sí que es cierto que, en lo macro, el rendimiento de los gigantes tecnológicos Amazon, Apple, Alphabet, Facebook, Microsoft y Netflix, motores del mercado de valores norteamericano durante la última década, comienza a mostrar una clara desaceleración, patente ya en las cifras del último semestre del año pasado. Y en lo micro, 4 de cada 10 usuarios de Facebook confiesa tomarse períodos de descanso sin actividad cada vez más frecuentes y/o extensos, mientras Instagram ambiciona el trono.

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