“¡Le Corbusier es más peligroso que Donald Trump!”, proclama el diseñador Marcel Wanders frente a una audiencia atónita durante una reciente visita a Madrid. Es una afirmación irreverente que pone en solfa a las vacas sagradas del diseño contemporáneo y que pretende despertar las mentes del letargo que producen las fórmulas aprendidas y repetidas sin cuestionamiento.
Wanders quiere agitar las conciencias y lo hace recurriendo al ataque a los principios fundamentales de la modernidad, esos que aleccionan sobre el supremo funcionalismo y la máxima reducción y economía de gestos. Sus diseños, por el contrario, hablan de romanticismo, de poesía, de fantasía sin límite, de belleza.
Marcel Wanders no le tiene miedo a los elementos decorativos ni a incorporar la historia en su trabajo.
Que sus diseños perduren en el tiempo, que se hereden, es su mayor recompensa. Hace 20 años publicó un libro,
Wanders Wonders, sobre las ideas fundamentales de su trabajo, que si se examina hoy podría seguir vigente: “Yo lo volví a retomar cuando hice mi exposición retrospectiva en el museo Stedelijk de Amsterdam, y me sorprendió ver cómo muchas de las cosas de las que hablaba en él siguen estando presentes. Por ejemplo, la idea de integrar lo nuevo y lo viejo, que es súper esencial en todo lo que yo hago. Cuando terminé mis estudios había un grupo en Holanda llamado Eternally Yours, del que yo formaba parte. Uno de los proyectos que se presentaron era un terciopelo en el que, cuando se gastaba, aparecía un dibujo de flores. Era un proyecto maravilloso pero a la vez me hizo reflexionar sobre qué es lo que realmente transmitía. Normalmente se tiene la idea de que lo viejo no es bueno, tenemos un problema con el envejecimiento de las cosas, y nosotros como diseñadores tenemos esa dificultad con lo que se vuelve viejo, cuando en realidad nada envejece más rápido que lo nuevo. Por tanto, tenemos que cambiar eso, tenemos que hacer cosas que sean viejas ya para empezar, que tengan su pátina, su experiencia, que estén imbuidas de la cultura a la que pertenecen. El movimiento moderno creó un dogma que dice que el pasado es irrelevante si estás creando el futuro. Yo no puedo estar más en desacuerdo.”
¿Cómo te enfrentas a esa cuestión? “Cada uno de mis diseños es una respuesta a este asunto. Es un tema que está siempre en mi trabajo. Mi intención es conectar con algo que es más grande que nosotros, establecer una conexión con el pasado, con nuestra historia, con quiénes somos, para que las cosas tengan una mayor dimensión.”
La importancia de la gente
Ya hubo otros diseñadores antes que hablaron de tomar en cuenta no sólo la función, sino los aspectos psicológicos y emocionales que pueden o deben tener los objetos: “Cuando era estudiante, el diseño era una tecnología, una estrategia. Y entonces apareció Memphis. Me quedé impresionado, ¡Dios mío, el diseño era cultura!, el diseño iba a cambiar, no era algo constante, fijado de antemano… Para mí, Memphis lo fue todo, y todos esos diseñadores fantásticos como Sottsass, Mendini, Branzi… Yo he crecido a su sombra. Mis profesores me habían enseñado la estrategia, la lógica, en la que no se miraba a la gente, en la que la gente era irrelevante, y de pronto con Memphis la gente se vuelve el centro, el punto de mira. A ese movimiento se le llamó postmodernismo.
Ahora no tenemos nombre para lo que hacemos, yo lo llamo ‘el renacimiento contemporáneo del humanismo’. Ya sabemos que no somos los seres racionales que creíamos que éramos, sabemos que las conexiones que sentimos están mucho más allá de nuestro entendimiento, sabemos que hay un aspecto humano que es crucial, sabemos que la tecnología es genial, pero no resuelve todos los problemas. Así que aquí es donde estamos, como diseñadores hay que darle forma a eso, hacerlo realidad, yo lo estoy intentando.”
Esta confrontación entre lo viejo y lo nuevo, ¿es la razón por la que le gusta trabajar con antiguas manufacturas que emplean procesos artesanales como Delft o Baccarat? ¿Cómo se acercas a esos trabajos? “Mi trabajo es contemporáneo, pero quiero imbuirlo de cualquier cosa del pasado, ya sea un proceso artesanal o una idea, da igual, porque no se trata del producto, sino del respeto por el pasado.”
Gentleman
Ahora acaba de publicar un lujoso libro en edición limitada sobre los grandes maestros del Rijksmuseum. Otra vuelta al pasado. “Por supuesto. Es un libro que he pagado yo mismo y lo he hecho para mostrar que hoy hay gente a la que le importan esas obras de arte. Quiero sumar, no restar. He conseguido que 30 pensadores críticos me dijeran por qué esas obras maestras eran relevantes para ellos hoy. Tuve una conversación con un señor que es un conservador senior del museo, un hombre que conoce todas estas obras al dedillo. Le pregunté qué es lo que más le gustaba del libro y me dijo que eran las entrevistas. ‘¿Sabes por qué? Antes de convertirme en historiador del arte yo amaba el arte de verdad”.
Marcel se emociona cuando lo cuenta: “¡Qué belleza, eso que dijo!” Hábleme de los arquetipos, ese tema tan recurrente en su trabajo: “Un día estaba en el metro en Rotterdam, que a veces sale a superficie. Y mirando por las ventanas de las casas de la gente vi que todo el mundo tenía el mismo tipo de pantalla de lámpara. Y pensé:
¿Por qué hay que darle a la gente una lámpara en una forma absurda que no tiene ningún interés? ¡Si a la gente le gustan las pantallas! Es una forma que reconocen, que sus padres también tenían, que les hace sentirse bien. Así que hice la lámpara Big Shadow para Cappellini, que tiene un perfil reconocible. Los arquetipos son para mí un modo de invitar a la gente a acercarse, a sentirse cómoda y segura, después les añades una sorpresa. No sé cómo decirlo, primero das la bienvenida, das un apretón de manos, y después le cuentas lo demás. Hay un mundo detrás de cada arquetipo, no hace falta tirarlos a la basura para demostrar que tú eres mejor, los puedes preservar y vivir con ellos en un modo nuevo. Sí, cambiemos el mundo, pero seamos muy cuidadosos, es importante que los objetos tengan durabilidad.”
Su desinhibición respecto a los elementos decorativos, al dorado, las flores, los dibujos, el color, hace que haya quien piense que sus diseños son femeninos: “Sí es verdad. Creemos que el diseño empezó en los años 20, pero la realidad es que empezó mucho antes. En los 20, Le Corbusier hizo una casa de cristal que en el fondo lo que venía a decir es que el interior había muerto, que la arquitectura era suficiente y el diseño interior irrelevante. Había una interiorista entonces que se llamaba Elsie De Wolfe cuyos interiores fueron la primera interpretación moderna de la casa, eran dos escuelas diferentes. Nosotros estamos con Elsie. Yo nací en el mundo del diseño, no soy estúpido, me encanta la racionalidad, pero lo irracional ocurre, las sutilezas, la imperfección, lo humano, lo femenino… Si eres diseñador y tu trabajo no pone ningún énfasis en lo femenino es que te has perdido algo. Crear es una actividad femenina. Nosotros damos mucho espacio en Moooi a las diseñadoras mujeres, y es una gran lucha, porque al final casi todos los interioristas son hombres y quieren un tipo de cosas masculino. Me horroriza eso, yo lucho en la empresa por promocionar a las diseñadoras, pero no funciona, lo sigo intentando”. Hay mucho humor en sus diseños, pero a veces uno se plantea si es solo humor o hay ironía. ¿Realmente son tan inocentes sus objetos? “Deja que te diga una cosa muy clara: no hay ningún cinismo en lo que yo hago.”