Un recorrido por los Patios de Manzana del barrio de Salamanca de Madrid

Un recorrido por los Patios de Manzana del barrio de Salamanca de Madrid

Las capitales europeas emergentes, especialmente París, sirvieron de inspiración para la planificación, a finales del siglo XIX, del ensanche de Madrid por el que hoy es el Barrio de Salamanca. Calles anchas, edificios de hasta cuatro plantas, amplios ventanales, grandes portales para la entrada de carruajes, canalizaciones y exuberantes patios de manzana interiores. Solo en […]

Las capitales europeas emergentes, especialmente París, sirvieron de inspiración para la planificación, a finales del siglo XIX, del ensanche de Madrid por el que hoy es el Barrio de Salamanca. Calles anchas, edificios de hasta cuatro plantas, amplios ventanales, grandes portales para la entrada de carruajes, canalizaciones y exuberantes patios de manzana interiores. Solo en contadas ocasiones, como suele ocurrir, el resultado final respetó el proyecto original lo que, unido a los avatares urbanísticos, ha convertido esos patios en tesoros protegidos, auténticos oasis urbanos ajardinados de acceso limitado y, además, número muy escaso. Estamos en una de las zonas más exclusivas de la capital de España.

Un pequeño patio que acoge distintos tipos de plantas y zona de ocio.

Un distrito en el que el precio del metro cuadrado supera los 6.000 euros, el doble de la media en Madrid y muy lejos de los entre 1.600 y 1.700 del resto del país. Unas 150.000 personas habitan en este distrito convertido en uno de los pulmones comerciales de la ciudad: la llamada Milla de Oro, esa que reúne las tiendas de las firmas de lujo y moda más importantes del mundo, discurre por aquí, en lo que, paradójicamente, nació como una ampliación en los extramuros de la ciudad, que llegaban entonces hasta la cercana Puerta de Alcalá y la plaza de toros allí levantada entre 1749 y 1874.

Fue por aquellas fechas, en torno a 1860, cuando José de Salamanca y Mayol, marqués de Salamanca, comenzó la construcción del barrio sobre el plan de ensanche de la ciudad elaborado por el urbanista Carlos María de Castro. No había antes casi nada allá. El Madrid histórico se amontonaba al oeste de la Puerta de Alcalá, en las estrechas calles de los actuales barrios de las Letras, los Austrias, Lavapiés o Malasaña. Sin alcantarillado ni agua corriente aún, la mayoría de sus habitantes se hacinaban en oscuros edificios en condiciones de dudosa salubridad, en contraste con el urbanismo emergente en las grandes capitales europeas, que empezaban a implementar mejoras de calado. Barcelona, de hecho, afrontaba entonces la ejecución del recién aprobado Proyecto de Ensanche.

Otro de los patios, con árboles, pequeñas tiendas y restaurantes.

Siguiendo esa estela transformadora, la reina Isabel II aprobó, el 19 de julio de 1860, el proyecto de Ensanche de Madrid, el bautizado como Plan Castro. Es entonces cuando aparece la figura del marqués de Salamanca: “Voy a dar a Madrid el más cómodo, higiénico y elegante de los barrios”, dijo, empujado por su afán por los negocios y convencido de que ese páramo podía ser el lugar ideal para hacer realidad ese barrio de calles rectas y anchas, espléndidas casas con acabados ornamentales e infraestructuras higiénicas que él ya había conocido en París. Compró terrenos y, en la actual calle Serrano, construyó las primeras casas de Madrid con agua corriente, grandes puertas para la entrada de carruajes y patios interiores. De aquellos primeros años datan los actuales Patios de Manzana, porque luego, como suele ocurrir, las construcciones que siguieron se desviaron del plan inicial: las calles fueron perdiendo anchura, los edificios ganando alturas y las zonas verdes, disminuyendo. También entonces el elevado precio del suelo era un problema.

Oasis privados

Dos de esos patios de manzana, los más fieles a los ambiciosos planes iniciales, con cerca de 2.000 m2 de superficie, se conservan aún casi intactos en esas primeras manzanas de la calle Serrano (entre los números 16 y 34, delimitadas por Villanueva, Goya y Claudio Coello). Son privados y, por lo tanto, en absoluto de fácil acceso (aunque la tienda de la firma de moda Aspesi, en la calle de Jorge Juan, brinda a través de unos ventanales en su interior una privilegiada vista de uno de ellos). Otros, con pequeñas modificaciones, han sacrificado parte de su esencia, pero no su encanto, para abrirse al público acogiendo en su interior pequeños establecimientos. Y hay alguno, también, adaptado sin complejos a los tiempos modernos en cuyas terrazas se respira aún el espíritu de siempre.

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