Venecia, capital del mundo
La Exposición Internacional de Arte de Venecia, esta bienal de las maravillas que ha llegado a su 59 edición con un año de retraso por culpa de la pandemia, ha transformado una vez más la ciudad de los canales, desde que fuera inaugurada el pasado 23 de abril hasta su clausura, siete meses después, el […]
La Exposición Internacional de Arte de Venecia, esta bienal de las maravillas que ha llegado a su 59 edición con un año de retraso por culpa de la pandemia, ha transformado una vez más la ciudad de los canales, desde que fuera inaugurada el pasado 23 de abril hasta su clausura, siete meses después, el próximo 27 de noviembre. La obra –millar y medio en total– de 213 artistas –la mitad de ellos muertos; el 90% mujeres, una cifra sin precedentes– originarios de 58 países convierte a Venecia en el epicentro internacional del mundo del arte, y las imágenes del Pabellón Central (Giardini) y el Arsenale, las dos sedes principales, prenden como la pólvora en medios de comunicación y en posts y stories de las redes sociales para acabar atrayendo no solo a cientos de miles de visitantes, sino también a otras grandes exposiciones que se suman a un evento cultural que vuelve a satisfacer las expectativas creadas.
Entre esos artistas figuran en la exposición internacional dos españolas contemporáneas, la madrileña Teresa Solar y la navarra June Crespo, junto a otras cuatro ya fallecidas: Remedios Varo, Maruja Mallo, Josefa Tolrà y Giorgiana Houghton. La presencia nacional se completa, claro, con el Pabellón Español, en el que Ignasi Aballí sorprende con el proyecto Corrección, basado en un sencillo punto de partida: hacer girar diez grados este edificio de ladrillo inaugurado en 1922, con la excusa de alinearlo con los de sus vecinos de Bélgica y los Países Bajos, para acabar creando un espacio con dos arquitecturas paralelas, superpuestas, un tanto desconcertante y minimalista.
La fascinación de Venecia reside en la contaminación entre lo antiguo y lo contemporáneo, bien representado en esta ocasión en el Palacio Ducal por el pintor alemán Anselm Kiefer, que en 2019 comenzó a preparar, esperando esta cita, su obra Estos escritos, cuando sean quemados, arrojarán por fin un poco de luz; un título tomado de los textos del filósofo veneciano Andrea Emo. Se trata de un ciclo de cuadros monumentales, una instalación realizada ad hoc para la Sala del Escrutinio, símbolo de la historia de Venecia, con el apoyo del galerista Gagosian. ¿Cuál es su sentido? Kiefer lo explica como “una convergencia de momentos entre el pasado y el presente, que dan sensación de vacío en el surco de una ola que está a punto de romperse”.
Historia de la noche y destino de los cometas, por su parte, es una gran instalación industrial con máquinas diseñadas in situ en las salas del Arsenale delle Vergini. La obra de Gian Maria Tosatti se convierte en un espejo para comprenderse a uno mismo, para entender la relación entre el ser humano y la naturaleza. “A través de la obra de arte, entramos en nuestro mundo y comprendemos sus incongruencias; la obra nos permite concentrarnos en los momentos de crisis”, explica el artista en el vídeo del making-of rodado por Xiaomi para documentar la génesis del proyecto.
La Bienal, comisariada por la italiana Cecilia Alemani –responsable también del programa artístico de la High Line de Nueva York–, ha elegido como título para su muestra internacional La leche de los sueños, inspirado en el libro ilustrado de la pintora surrealista Leonora Carrington y no sería descabellado afirmar que elabora una enciclopedia femenina del arte contemporáneo. Y que, además, intenta servir también como radiografía del mundo un tanto extraño en el que vivimos. “No es una exposición sobre la pandemia –explica Alemani, que tuvo que echar mano de horas de zoom para su organización–, pero inevitablemente registra las convulsiones de nuestra era. En momentos como este, como muestra claramente la historia de La Biennale di Venezia, el arte y los artistas pueden ayudarnos a imaginar nuevos modos de convivencia e infinitas y nuevas posibilidades de transformación”.
La muestra se abre con Elefante, escultura imponente de Katharina Fritsch instalada en el pabellón central. Es una obra especialmente apreciada por Alemani porque recuerda que en 1890, cuando la Bienal todavía no existía, un elefante llamado Toni vivió prisionero en esos jardines.
Una delgada línea separa la realidad del sueño, tanto aquí como en otras propuestas en Venecia. Un ejemplo: la exposición Surrealismo y magia. La modernidad encantada, que la colección Peggy Guggenheim dedica a los artistas apreciados y financiados por la mecenas estadounidense, comisionada por Grazina Subelyte en colaboración con el Museo Barnerini de Potsdam hasta el 26 de septiembre. Las protagonistas son mujeres, aunque quienes las pintan son dos maestros como Max Ernst y René Magritte. Y en las salas de Palazzo Grassi, Marlene Dumas aborda la mercantilización del cuerpo femenino en los escaparates del barrio rojo de Ámsterdam y describe el apartheid en Sudáfrica, su país.
imagen de Historia de la noche y destino de los cometas, una gran instalación industrial obra de Gian Maria Tosatti. Se encuentra en el Arsenale de Venecia.Venecia vive sin los rublos de los oligarcas. El meridiano del arte se desplaza hacia los países anglosajones, no ondea banderas de paridad y reescribe la historia. El pabellón de Gran Bretaña gana el León de Oro con la exposición de Sonia Boyce Feeling Her Way. Y la mejor artista de la muestra internacional La leche de los sueños es la afroamericana Simone Leigh por su monumental escultura a la entrada del Arsenale, “realizada con virtuosismo, poderosamente evocativa”, según se lee entre las razones del jurado. Leigh, hija de misioneros jamaicanos, creció en el South Side de Chicago y representa también el pabellón estadounidense. La instalación Sovereignty, un techo de paja sobre el pabellón, invierte los símbolos de la Exposición colonial internacional de París de 1931, cuyo leitmotiv era la fortaleza de los estados gracias a las culturas colonizadas. En cambio, Leigh apunta hacia la independencia colectiva: “Ser soberano significa no estar sujeto a ninguna autoridad, a los deseos o las miradas ajenas –explica–; significa ser autor de tu propia historia”.