Alejandro Aravena, el 'Pritzker' comprometido con la sociedad
Sesudo, agudo, práctico, pero rebelde y concienciado socialmente, además de flamante Premio Pritzker 2016 de Arquitectura, Alejandro Aravena (Santiago de Chile, 1967) es académico de la Pontificia Universidad Católica de Chile (UC), profesor visitante en Harvard y ha sido el director de la última Bienal de Venecia. Es el primer chileno que obtiene tal distinción […]
Sesudo, agudo, práctico, pero rebelde y concienciado socialmente, además de flamante Premio Pritzker 2016 de Arquitectura, Alejandro Aravena (Santiago de Chile, 1967) es académico de la Pontificia Universidad Católica de Chile (UC), profesor visitante en Harvard y ha sido el director de la última Bienal de Venecia. Es el primer chileno que obtiene tal distinción y el cuarto latinoamericano, tras el mexicano Luis Barragán y los brasileños Oscar Niemeyer y Paulo Mendes da Rocha. En 2001 fundó Elemental, “un do tank más que un think tank”, que diseña y construye viviendas sociales expansibles de bajo coste, centros escolares, museos, edificios residenciales y espacios públicos, sedes institucionales…, en colaboración con la UC y la Compañía de Petróleos de Chile.
Entre sus obras más relevantes figuran tres proyectos para la UC: su facultad de Matemáticas (1999); el Centro de Innovación Anacleto Angelini (2013), un espacio multidisciplinar en el que confluyen universidad, empresa y sector público, con forma de cubo colosal de bloques de hormigón, afín a la mejor literatura borgiana, y fiel a otra de sus premisas, “que dentro de mil años no se sepa cuándo se construyó”; y sus Torres Siamesas (2005). Pero, sobre todo, sus agrupamientos de viviendas, como la Quinta Monroy, en Iquique (2004); el conjunto y el centro comunitario Lo Barnechea, en Santiago (2012) o el de Monterrey, en México (2010). “Se trata de construir media casa grande en lugar de una pequeña, y que sus ocupantes realicen sucesivas ampliaciones o mejoras”. Y así lo hizo en el centro de Iquique, a dos manzanas de la playa y de la actividad ciudadana, por encargo del Ministerio de Vivienda: una solución habitacional para 93 familias chabolistas, tras tres décadas de ocupación ilegal de terrenos. Su presupuesto, de 7.500 dólares por familia, incluía todos los gastos —suelo, diseño, urbanización, materiales y construcción— y la exigencia de que no hubiese endeudamiento posterior.
Aravena proyectó un edificio de casi 750.000 dólares en vez de 93 unidades de 7.500. Cada unidad de 36 m2 ofrecía la posibilidad de duplicar su espacio según las posibilidades de sus moradores. Y las moradas de esta particular arquitectura empezaron a cambiar el mismo fin de semana de su entrega. “Me hubiese preocupado que no fuese así. La vivienda no es solo un fin en sí misma, sino un vehículo para superar la pobreza”, sentencia. A tal hito hay que sumar la preocupación de Aravena por la ubicación, “que facilite una buena conexión con centros de trabajo, educación, ocio o servicios”. Un cambio de paradigma en el modo de proyectar viviendas sociales. “La vivienda es una inversión y no un gasto social: algo solo posible si se diseña para que incremente su valor con los años”.