El escritor Fernando Aramburu.

Fernando Aramburu: «Vivo para la literatura y con la literatura, me ofrece el espacio donde quiero estar»

Aún en el colegio, los versos de García Lorca abrieron a Fernando Aramburu las puertas de la literatura. La novela 'Patria', en 2016, las del éxito. En 'El niño', su último libro, muestra su maestría para tejer tramas en torno a las emociones.

Cuenta Fernando Aramburu (San Sebastián, 1959) que, cuando se aburría en clases de Matemáticas o Física y Química, sacaba a escondidas el libro de Literatura para leer los poemas de Federico García Lorca. No mucho después, decidió que sería escritor. Licenciado en Filología Hispánica, compaginó su trabajo como docente con una prolífica creación de, primero, poesía y luego novela que le granjeó cierta fama, premios y el suficiente arrojo para decidir, con 50 años, que no iba a hacer otra cosa. Solo escribir. Siete años después, fruto de una suerte de retiro forzado por una crisis económica mundial que frenó toda actividad, también la cultural –incluidos los bolos literarios o colaboraciones periodísticas que la servían para paliar la ausencia de un salario fijo–, publicó Patria, un fenómeno que cambió su vida para siempre.

Su último libro, El niño (Tusquets Editores), es una ficción en torno al dolor que provoca la pérdida de un hijo construida sobre una trágica historia real: la explosión accidental por gas, en 1980, de un colegio de la localidad de Ortuella (Vizcaya) que causó la muerte de 50 niños y tres adultos. 

Para usted, que ha sido docente, ¿sigue siendo Romancero gitano una buena forma de iniciarse en la literatura?

Para mí, lo fue. Algunos poemas del Romancero gitano o del Poema de cante jondo o de Canciones fueron fundamentales, fueron la llave que me abrió la puerta de la casa de la literatura a edad temprana. Con ocho o nueve años me generaron una fascinación que yo no había conocido nunca (quizás cuando mi madre me cantaba un tango sentía algo parecido), una fascinación asociada a las palabras, a su musicalidad, y a esas cosas misteriosas que hay en los poemas de García Lorca. Y teníamos que leer una serie de obras, hablo de finales de los 60 y principios de los 70, obligatoriamente, sin un criterio pedagógico razonable. Supongo que en la mayoría de los alumnos no condujo a nada, pero en mi caso sí. Todavía no me hice lector asiduo, pero ese primer contacto con las obras clásicas de la literatura española, que llegaban a Unamuno y a Baroja, me dejaron más huella de lo que yo entonces creía. 

¿El lenguaje es una herramienta mucho más poderosa de lo que pensamos?

La lengua tiene un poder grandísimo, porque entre otras cosas es un instrumento que tenemos para obrar efecto en la conciencia de los demás. Somos seres lingüísticos, la posibilidad de lenguaje está en nuestros genes, y mal le irá al ciudadano que no domine la lengua.

Hablemos de El niño. Lo ha dicho usted: es una ficción construida sobre una realidad. Pero ¿hay algo de real en esos personajes?

Bueno, los personajes no son seres fantásticos que interpretan acciones ilusorias. Ellos están en un contexto real, existente, previo a la literatura, y afectados por una tragedia que ocurrió realmente. Y sobre esa base, ese escenario y esa época, yo pongo a actuar a unos entes de ficción. Pero claro, los personajes están construidos a partir de retazos sacados de mi experiencia personal, mis observaciones, y también de la documentación. Pero no hay seres reales con otros nombres detrás de mis personajes. En realidad, yo sigo el modelo de [Benito Pérez] Galdós: me invento unos personajes y los coloco en un contexto determinado preexistente a la literatura.

Da la sensación, quizás por ese recurso que utiliza, fragmentos en los que el propio libro habla y ‘fiscaliza’ lo que usted escribe, de que en algún momento sintió cierto pudor por construir una obra, probablemente exitosa, que se venderá y seguirá alimentando su fama, sobre una tragedia. 

Confieso que ese escrúpulo lo he tenido al escribir este libro y libros anteriores cuya trama estaba relacionada con un dolor existente. Por razones que probablemente son de índole moral, intento escribir con respeto, con delicadeza, para no incrementar el dolor de personas que ya sufrieron. Esto es un principio moral que yo asumo, y a veces escribo con el freno de mano echado por este temor a aumentar el carácter de víctimas de quienes ya lo son.

¿Por qué tantos cementerios en sus obras?

Esto es un rito personal (sonríe al responder). De la misma forma que [Alfred] Hitchcock hacía cameos en sus películas, yo saco episodios de cementerios en todas mis novelas. ¿Por qué? No lo sé. Pero no pueden faltar.  

Otra constante en varias de sus obras: los hombres son más torpes y ridículos y las mujeres, más decididas y resueltas. 

Quizás cambie esa línea en el futuro, por aquello de que normalmente no tengo una visión monocolor de la gente. Pero estas características de los personajes masculinos o femeninos están sacadas de mi experiencia personal. Yo me crié en ese ambiente en el que predominaban las mujeres de fuerte carácter, emprendedoras, luchadoras y los hombres físicamente poderosos pero con unas evidentes fragilidades psicológicas: torpeza a la hora de hablar, timidez, pudor. Detrás de mis personajes hay seres concretos. No quiere decir que cuente solapadamente la vida de mi padre, mi tío o un amigo, pero he sacado de ellos mucha sustancia psicológica. Eso es verdad. 

¿Realmente, como ha dicho alguna vez, sabe usted lo que es tener problemas para llegar a fin de mes?

Lo he conocido, pero afortunadamente ya no. 

De hecho, usted dejó la docencia en 2009, siete años antes del éxito de Patria. ¿Cómo asimiló el fenómeno de Patria? 

No lo esperaba. Tenía cierta ilusión, por el tema que trataba, de que se vendería un poco más que los otros, pero lo que ocurrió fue verdaderamente descomunal, fue un vuelco total a mi vida. Estoy muy agradecido al libro. Me proporcionó algo que yo no tenía hasta entonces, que era muchos lectores y, sobre todo, algo con lo que yo ni siquiera había soñado: una dimensión internacional. ¿Cómo gestionar esto? Primero, con serenidad. Yo no tengo 18 años para volverme loco o creer que soy más grande de lo que soy. No consiento perder el contacto con el suelo. Y la familia, los amigos no me habrían dejado. Procuré también preservar un espacio para la intimidad, para la reflexión, para no dejarme marear por todo aquel runrún mediático y, por supuesto, no dejé que esa novela exitosa vertiera una sombra sobre el escritorio o influyera en lo que sea que yo estuviera haciendo de nuevo. 

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El escritor Fernando Aramburu, en un momento de la entrevista.

En una ocasión, el escritor Juan Marsé criticó el bajo nivel de las novelas presentadas a un importante premio literario. Y acusó a los autores de pretender ser escritores no tanto por escribir, sino por el tipo de vida que se imaginaban. Usted quiso ser escritor desde muy joven. ¿Por qué?

La decisión de dedicar la vida a la creación literaria en mi caso proviene de la vocación; no se trataba de utilizar la literatura para alcanzar cosas más allá, fama, dinero, una vida más interesante, no. Mi ambición, que era desmedida y sigue siéndola, termina abruptamente cuando yo llego al punto final. No se trata solo del deleite de crear obras literarias y ofrecerlas a los demás, sino que esa actividad estructura toda mi vida, hasta darle sentido. Vivo para la literatura y con la literatura, me ofrece el espacio donde quiero estar. Es lo mío, es mi sitio. Estoy muy agradecido a aquel chavalillo que de una manera ingenua tomó aquella decisión. Mi ambición era puramente literaria, lo que suponía aumentar mi conocimiento del idioma, leer, estudiar, y todo eso comporta unos modos de vida rutinarios, monótonos que, sospecho, serían insoportables para jóvenes que solo quieran figurar o salir en la prensa. 

Por darle otra pista a los aspirantes: ¿cuánto hay de talento, cuánto de suerte y cuánto de trabajo hasta llegar aquí?

Yo creo que sin talento es mejor no intentarlo (sonríe). Después, ese talento hay que desarrollarlo, mediante la lectura, el estudio, la reflexión, los viajes y la conversación con los demás. Todo esto tampoco sirve para nada si uno no mete horas, si uno no trabaja y suda y hace todo lo posible por ser consciente de sus errores, de sus limitaciones y trata de superarlas. Esos tres ingredientes, talento, desarrollo del talento y trabajo constante, son condiciones sin las cuales no se puede hacer nada en ningún campo de la creación humana.

Dice usted que el éxito de Patria le dio libertad. Hay quien sostiene que, precisamente ahora, no hay tanta para hablar de según qué temas. ¿Debe tener límites el escritor?

Hay límites que yo me pongo a mí mismo, porque surgen de mis principios morales. Son límites amigos míos. No voy a dedicar la tarde a escribir un texto con la idea de denigrar a alguien o revelar intimidades de personas que sufrirían al verse expuestas. Cuando hablo de libertad, hablo de libertad del teclado, yo elijo mis palabras. Pero esto no quiere decir que yo no me ponga unos filtros morales. Lo que ocurre es que algo que siempre ha habido ahora es muy evidente, por el influjo de las redes sociales. Ahora, cualquiera puede soltar su chorrada, que además se puede luego multiplicar, y cualquier persona, políticos, futbolistas, escritores, actores, están muy expuestos. Estuve un tiempo en Twitter y otras redes y me fui. Aunque la mayoría de la gente era amable, a la semana siempre había uno o dos con seudónimo que me lanzaban un chorro de insultos, a menudo gratuitos, no como reacción a algo que yo hubiera dicho. Y esto puede influir negativamente a la hora de tomar decisiones, genera un temor, autocensura. Por lo demás, tener que responsabilizarse de algo que has dicho o hecho, eso ha habido siempre.

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