Hans Ulrich Obrist, el gurú del arte

Hans Ulrich Obrist, el gurú del arte

La curiosidad que muestra Hans Ulrich Obrist por las ciencias del conocimiento le hacen a uno sentir en la profunda Edad Media en comparación con su impulso renacentista. Es alguien que podría hablar con varios premios Nobel de diferentes campos –al mismo tiempo, tal es su capacidad mental y su rapidez verbal– no solo siguiendo, […]

La curiosidad que muestra Hans Ulrich Obrist por las ciencias del conocimiento le hacen a uno sentir en la profunda Edad Media en comparación con su impulso renacentista. Es alguien que podría hablar con varios premios Nobel de diferentes campos –al mismo tiempo, tal es su capacidad mental y su rapidez verbal– no solo siguiendo, sino enriqueciendo el tono del intercambio y aportando perspectivas audaces y preparadas. Una de las herramientas favoritas con las que absorbe información es la que él denomina la ‘entrevista infinita’, un intercambio cuasi performático que fluye en los cientos, si no miles, de diálogos, que han resultado por el momento en dos volúmenes editados por Charta. Pero también el constante estudio de la ciencia, la música, la literatura o la arquitectura le es familiar. “Cada dos años más o menos investigo de forma obsesiva un área diferente. Al principio fue el arte, por supuesto; después, la arquitectura, gracias a un encuentro extremadamente influyente para mí con el español Enric Miralles, una de las personas más intensas que he conocido. Después entré con fuerza en la literatura, luego fue la música, y debo añadir que en los últimos tiempos lo que me interesa de verdad es la tecnología. Voy mucho a Silicon Valley y estudio todos los avances tecnológicos”, explica Obrist a través de largas respuestas en las que entrelaza ideas que parecen divergentes pero terminan encontrándose. “Estoy muy interesado por el tema de la realidad aumentada que trata sobre mezclar elementos virtuales con la realidad. Estuve experimentando junto a los escritores Douglas Coupland y William Gibson tecnologías de este tipo en Vancouver recientemente, y es fascinante ver las aplicaciones que pueden tener para la literatura y el comisariado de exposiciones, por ejemplo. Vivimos en una sociedad casi plenamente tecnológica en la que hay una generación de jóvenes que tienen en común haber nacido en 1989 o después –el año en que se creó Internet– y que están comenzando a crear arte y visibilizarse. De hecho, junto al comisario de arte francés Simon Castets llevamos a cabo una cartografía de esta generación, un proyecto titulado 89plus”. A lo largo de su carrera, Hans Ulrich Obrist –más conocido por el acrónimo HUO y originario de la localidad suiza de Zurich, en la que nació en 1968– ha puesto en marcha todo tipo de proyectos y exposiciones conjugando audacia e innovación, y enlazando grandes empresas en bienales junto a pequeñas narraciones en espacios no convencionales, buscando siempre el diálogo entre el contexto espacio-temporal, el artista, la obra de arte y el espectador. Además, su pasión por el comisariado de exposiciones le ha llevado a escribir varios libros relacionados con la historia reciente de esta peculiar y novedosa profesión que prácticamente hasta finales de los 80 no estaba considerada en el medio artístico y que en los últimos lustros ha vivido una expansión vista con recelo por parte de los artistas y de la crítica de arte, que ven como esta figura se apropia del discurso teórico y estético. Sin embargo Obrist opta por abir espacios y ejercer de lo que él llama in-betweeness, una suerte de humilde intermediación. Establecer conexiones a todos los niveles, como explica a continuación: “Todos mis proyectos están relacionados entre sí de alguna manera. No me despierto una mañana y trabajo en una exposición y dos meses después en otra diferente. Trato temas urgentes, los grandes temas de nuestro tiempo. Siempre me pregunto qué es urgente, cómo puedo ser útil, y esto me lleva a editar libros o montar exposiciones como Resistencias, inspirada en el filósofo Jean-François Lyotard, en la que trabajo con el comisario Daniel Birnbaum y que probablemente será la primera muestra de la Fundación Luma-Arles (de cuyo consejo consultivo HUO forma parte junto a grandes nombres del comisariado, como Tom Eccles o Beatrix Ruf, y artistas como Phillip Parreno y Liam Gillick), o generando los Marathon Meetings en la Serpentine Gallery de Londres (de la que es co-director), como el que dedicamos en 2014 al tema de la extinción. Estos proyectos tienen muchos puntos en común sobre todo porque aúnan diferentes disciplinas del conocimiento. Creo que es fundamental que sea así. Por ejemplo, hablo con novelistas a diario porque es un terreno importantísimo para mí, siempre ha sido central. De alguna forma el Siglo XX fue una época de fragmentación, pero ahora vemos que, como advierte el filósofo Bruno Latour en su Compositionist Manifesto, debemos hacer lo contrario: aunar disciplinas si queremos enfrentar los problemas del Siglo XXI”. “Todos mis proyectos se relacionan. Trato temas urgentes, los grandes temas de nuestro tiempo. Siempre me pregunto cómo puedo ser útil” Otro de los filósofos de cabecera de HUO es el pensador y poeta martiniqués Edouard Glissant, del que también extrae pistas para navegar el tiempo presente. “La idea del archipiélago la desarrolla Glissant no porque él quiera hablar de la soledad y el segregacionismo de las islas, al contrario. Él observó que en su tierra de Martinica las islas definían su identidad a través del intercambio con los otros, y que de esta manera también se exponen al cambio, a que esa identidad sea transformada. Esto significa que su identidad no se pierde, sino que evoluciona, y es una imagen que me parece preciosa, y en último término muy útil para Europa, porque ahora estamos viviendo el peligro del nacionalismo, de la fractura. No diría que la guerra, pero sí el conflicto, y esta teoría del archipiélago nos recuerda que todos somos islas y que de alguna forma cada país tiene sus especifidades y que no necesitamos defenderlas o abandonarlas, sino que pueden mantenerse a través del intercambio. También hay que tender hacia otro aspecto que subraya Glissant, la creolización, la creación de nuevos lenguajes, por ejemplo. El problema es que nadie le lee… Bueno, sí que es leído, pero también es cierto que hay muy pocas traducciones de sus obras. Es urgente que se le conozca, creo que Europa puede aprender mucho de él”. Leer en profundidad en los tiempos de Internet, del consumo instantáneo de información en pequeñas dosis, de reducionismos y clichés, ‘likes’ y ‘memes’, parece cada vez más improbable, y, sin embargo, Obrist juega e investiga con estos elementos en su última obra, realizada junto a los escritores Douglas Coupland –’Generación X’–y Shumon Basar, titulado ‘The age of Earthquakes’. “Es cierto”, continúa Obrist, “que la gratificación instantánea y un paradigma cultural de largo haliento conviven en nuestra época, y es una idea que hemos manejado en este libro. Esto se debe a que nuestro cerebro es muy diferente del de nuestros padres o abuelos. Hay muchas cosas que están cambiando, pero yo soy muy optimista. Se dice que la velocidad de Internet y el consumo instantáneo acabarán con la literatura, y, sin embargo, investigando sobre la generación ‘89plus’, uno de los encuentros más excitantes ha sido –y no trato de convertirlo en tendencia, no tratamos de crear tendencias sino de dar apoyo a largo plazo a los jóvenes creadores–, encontrar patrones que conecten y tomarnos nuestro tiempo. Y el primer patrón que nos hemos encontrado en esta búsqueda es una generación de poetas que de hecho conocimos en España cuando nos encontramos con Luna de Miguel que es una increíble, increíble, increíble poetisa, así como a su red de contactos por toda Europa. Una generación que no se aísla en el gueto de la literatura, sino que se mueve libremente por todas las disciplinas creando así una nueva narrativa. Entonces, leemos que la gente ya no lee, que la era de Internet está destruyendo la escritura, pero es erróneo. Esta generación increíble nacida en los noventas contiene docenas y docenas de grandes poetas a los que hemos invitado a participar en un proyecto de la Fundación Luma titulado Poetry will be made by all, que se expone actualmente en el Moderna Museet de Estocolmo, y toma su nombre de la exposición clásica comisariada por Pontus Hulten titulada ‘Poetry must be made by all’. Así que soy profundamente optimista viendo lo que esta generación hace con la poesía y con los textos. Necesitamos inyectar optimismo, porque es una generación magnífica. Nunca se ha conseguido nada sin optimismo”. “Soy muy optimista viendo lo que la magnífica generación de los 90 hace con la poesía y los textos. Nunca se ha logrado nada sin optimismo” Obrist se entusiasma y apasiona, aunque sus gestos se mantienen relajados, al hablar del futuro que en realidad solo puede ser aprehendido a través del ‘extremo presente’, en el que incide: “Es cierto que en la actualidad hay muchas barreras que están cayendo, como las del género, y que esto crea confusión, pero hay un lado muy positivo en todo ello, que se abre un espacio potencial para el diálogo. También hay peligros que en The age of Erthaquakes intentamos abordar. Y es extraño, porque por un lado somos la última generación que va a morir, la primera que puede ser inmortal, pero por otro lado afrontamos la extinción total, y esa es una gran paradoja. Somos más y más longevos, pero al mismo tiempo cada vez la posibilidad de desaparición es mayor. El tema de la extinción es muy actual. No solo está cerca, sino que está presente. Internet no es gratis a nivel ecológico, y cada vez que la usamos los casquetes polares se deshielan un poco más. No es simplemente que no debamos bajo ningún concepto imprimir nuestros correos electrónicos, sino que el simple hecho de enviarlos y usar nuestros ordenadores ya es perjudicial. Los efectos que un basculamiento de millones y millones de toneladas de hielo tienen sobre la presión atmosférica nos acerca a la extinción, de ahí el título que hemos elegido para el libro de Penguin. El temblor de la tierra, el enfrentarnos a estos peligros. No solo a la extinción de microorganismos o de las abejas, que son fundamentales, sino también a la desaparición de los fenómenos culturales, a la pérdida de la diversidad. Mientras tú y yo hablamos, una lengua desaparece del planeta para siempre. También se pierde la caligrafía, y por eso he comenzado en mis cuentas de Instagram y Twitter un movimiento en Internet junto a Douglas Coupland para salvar su diversidad publicando cada día una escritura diferente de gente con la que me encuentro. Pero, para resumir la extinción y el libro The age of earthquakes y también las fuerzas homogeneizantes de la globalización, recordar que no es la primera vez que nos enfrentamos a ello. Ya existía en el Imperio Romano. Ciertamente, ahora es mucho más extrema, probablemente la forma más violenta que hemos experimentado hasta ahora. Esto conlleva la desaparción, pero también una gran oportunidad. Creo que necesitamos un diálogo global para resistir todos los tipos de extinción”.

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