John Banville: «Sigue sorprendiéndome que la gente compre mis libros»
Le entusiasma el mundo tanto como el privilegio de crear. El escritor John Banville, eterno aspirante el Premio Nobel, publica ahora La alquimia del tiempo, un homenaje al Dublín que le vio crecer como artista.
Los periodistas utilizan la acotación ‘ríe’ o ‘sonríe’ entre corchetes para subrayar que, efectivamente, el entrevistado ha acompañado con ese gesto una declaración que es, por tanto, una broma, una ironía o incluso una provocación. Esta entrevista con el escritor irlandés John Banville (Wexford, Irlanda, 1945) podría estar repleta de [sonríe]. Es, quizás, la quinta entrevista que hace hoy en esta visita a Madrid de apenas dos días para promocionar su último libro, La alquimia del tiempo (Un memoir dublinés) –editado por Alfaguara–, pero el autor sigue exhibiendo en cada respuesta un sorprendente sentido del humor entre juguetón y retador. Eterno aspirante el Premio Nobel de Literatura, creador de una extensa obra que incluye novelas como Imposturas (2003), El mar (2005) o Las singularidades (2023), también de tramas policíacas bajo el seudónimo de Banjamin Black, en La alquimia del tiempo firma un recorrido autobiográfico, nostálgico y exploratorio de Dublín, donde se instaló al cumplir la mayoría de edad con la firme determinación de ser escritor.
El libro parece un homenaje a la ciudad en la que ha vivido tanto tiempo, pero también un reconocimiento tardío, como si usted no le hubiera hecho justicia antes. ¿Hay algo de eso?
Es cierto que alguna gente me ha dicho eso, pero no creo que yo le deba nada a Dublín, en todo caso Dublín me debe a mí bastante (al acabar la respuesta, mira hacia abajo sonriente y da un sorbo a la infusión que está bebiendo, como un niño travieso que espera la reacción. Repetirá un gesto similar varias veces durante la entrevista).
Hay también cierta autocrítica, por ejemplo, por su arrogancia cuando, siendo joven, sabía que sería artista.
Sí, yo era muy arrogante, insoportablemente arrogante, con esa actitud despreciativa, típica del joven de 16-18 años pretendiendo ser otra persona.
¿Cuándo se fue atemperando esa arrogancia?
Nunca.
No me lo creo.
Oh, no es tan fácil. Lo que la gente cree que es arrogancia no es más que un sentido de uno mismo. Una de las razones por las que no leo críticas de mis libros es porque nadie puede ser más crítico con mis libros que yo. Incluso la peor de las críticas no llegará ni por asomo a ser tan crítico como yo.
Supo desde muy joven que quería ser escritor.
Desde el principio, siempre he querido ser un artista. Y creo que la razón es mi sorpresa y mi asombro ante el hecho de estar en la tierra, vivo, ante mi propia existencia en el mundo, sigo estando alucinando, el mundo sigue fascinándome. Vengo a Madrid, veo esos árboles, tan tranquilos, como a su bola…y me los imagino cuando vengan siete virus terribles y nos eliminen a todos diciendo “uf, esos gusanos, se han ido. Ahora nosotros estamos aquí”.
¿Y ser artista le permite intervenir en ese mundo?
Oh, no, no quiero ningún impacto, no busco que lo que yo haga tenga alguna repercusión. Me importa un comino mi reputación, mi fama, me da igual. Sigue sorprendiéndome que la gente compre mis libros; de hecho estoy sorprendido de estar aquí siendo entrevistado.
Llama la atención cómo se refiere usted de la neutralidad o incluso irrelevancia del artista en la vida pública, algo así como “yo, como artista, no tengo nada que decir, solo crear”. Explíquenoslo.
El único papel que tiene un artista es hacer obras de arte, es decir, crear algo nuevo y sacarlo al mundo, es lo único extraordinario que hace un artista. Antes de escribir este libro, no existía, entonces tengo el privilegio de poder crear algo y lanzarlo al mundo. Leí un cita muy bonita de Henry James que decía “para ser interesante tiene que haber una frase bonita tras una frase bonita”; no se trata de cambiar el mundo, sino de ser interesante.
Desde ese punto de vista, entiendo que no está usted de acuerdo con lo que llamamos ‘política de cancelación’: dejar de seguir a un creador por sus opiniones políticas o su comportamiento privado.
Eso no es más que otro culto. Vivimos una era posrreligiosa y, como la gente necesita una religión, pues cogen esto como podían haber cogido otra cosa. Yo pensaba también que podía cambiar el mundo. Pero te voy a contar una anécdota. Mi primera mujer era norteamericana, la conocí en Berkeley, en California, en mayo del 67, todavía puedo oler los botes de gas. Me dijo que iba a ir a una manifestación contra la guerra del Vietnam, llegaron a un semáforo en rojo y entonces alguien dijo “no vamos a permitir que nos digan qué tenemos que hacer” y se lo saltaron y siguieron caminando. “¿Y tú qué hiciste?”, le pregunté a mi mujer, y me dijo: “yo me fui para casa”.
¿Es verdad que no lee sus libros pero los escucha en audiolibro?
Bueno, hice una continuación de uno de mis libros y tuve que leer el anterior para ver cómo seguía. Como no puedo soportar leer mis libros, lo escuché. Lo leía Timothy Dalton, uno de los James Bond, está muy bien leído.
Alguna vez ha comentado que todos sus libros son uno y que siempre está buscado la obra perfecta.
Por supuesto, solamente hay un libro, el libro que estoy tratando de escribir bien, y ese libro siempre es el siguiente, el siguiente va a ser perfecto. Sé que no, pero lo intento, porque si no renunciaría. Y mi esposa me decía: “Mejor sigue escribiendo porque, si no, te vas a dedicar a la política y vas a destruir el mundo”.
El anterior libro que presentó en España fue Las singularidades. Y dijo usted que ya no haría más, que le había llevado demasiados años. Y Benjamin Black, dice usted también, escribe muy rápido, un libro en solo meses. Entre una cosa y otra, ¿qué será entonces lo siguiente?
Cuando hice Las Singularidades sí que pensé que iba a ser mi último libro, porque yo no sabía que iba a vivir tantos años. Pensé que era un buen punto donde acabar, pero cuando uno es escritor con todas las horas que hay al día, qué hago, a qué me dedico. Es demasiado tarde para meterme en política y destruir el mundo.
Usted es unánimemente elogiado por su capacidad para crear belleza con sus prosa. Pero, cuando escribe, ¿piensa también en entretener al lector?
Yo nunca pienso en el lector, sería imposible. Cada lector es una persona distinta; si tratara de escribir algo que le gustara a todo el mundo sería totalmente plano, como el pan de molde, que no sabe a nada. Es verdad que, cuando hago un acto público, normalmente la gente me pide que le firme el libro, pero de repente llega alguien y me dice “este libro me ha encantado, me ha hecho sentir…”. En ese momento me dan ganas de darle un beso. Hace años, la cajera de un supermercado, al ver mi tarjeta de crédito, me dijo: “¿Tiene usted alguna relación con Banville. Pues dígale de mi parte que El mar es el libro más bonito que he leído”. Ese comentario de ese mujer vale más que cualquier número de buenas críticas.
¿Volverá Benjamin Black?
Oh, sí, estoy escribiendo otra novela de Benjamin Black, todavía está aquí, en mis entrañas; como dijo Nabokov, “está ahí dentro, afilando sus pequeñas garras”.
Volviendo a Irlanda. Ese país negro, sometido a la religión, a la censura, ¿ha quedado definitivamente atrás?
Sí, sí, está desaparecidos por completo. Ya no existe, desde principios de los 90. Yo no querría que mis hijos hubieran crecido en la Irlanda en la que yo crecí. En los 60 estuve por España, había sol y vino, pero era un lugar también oscuro, sombrío. Pese a lo que diga la gente, creo que no vamos a volver nunca a eso, la gente es demasiado sofisticada (cruza los dedos).
¿Realmente cree que debería haber vivido más y escrito menos?
Oh, sí.
En apariencia ha tenido usted una vida muy productiva, viajera, creativa…
Sí, pero especialmente cuando mis hijos eran pequeños pasé demasiado tiempo escribiendo mis libros. Mi hija mayor cuenta que, cuando tenía 11 años, perdió el autobús para volver a casa desde el cole. Yo no lo recuerdo, pero dice que me llamó y me dijo “papá, necesito que me vengas a buscar” y yo dije “estoy escribiendo un libro y colgué”. Es terrible eso. Tenía que haber dejado el lápiz y coger el coche y haber ido a buscar a mi hija.
Con su sentido del humor, si le llega el Premio Nobel, ¿dirá algo así como “pues hora no lo quiero”?
[Sonríe]. Por supuesto que no. Es como ser un niño y que tus padres te regalen el juguete más bonito del mundo y tú digas, “no, no lo quiero”. Todos los premios son premios de consolación.