Kirk Douglas, el héroe centenario

Kirk Douglas, el héroe centenario

El pasado 9 de diciembre apagó las 100 velas de su tarta de cumpleaños, pero sigue siendo duro como el pedernal, autodidacta, independiente, luchador, espabilado, salvaje, sentimental, mujeriego, obstinado y encantador. También es dueño de una legendaria carrera cinematográfica, una inmensa fortuna, un Oscar honorífico de la Academia, y del mentón con el hoyuelo más […]

El pasado 9 de diciembre apagó las 100 velas de su tarta de cumpleaños, pero sigue siendo duro como el pedernal, autodidacta, independiente, luchador, espabilado, salvaje, sentimental, mujeriego, obstinado y encantador. También es dueño de una legendaria carrera cinematográfica, una inmensa fortuna, un Oscar honorífico de la Academia, y del mentón con el hoyuelo más famoso de la historia de Hollywood Actor y productor de más de un centenar de películas, algunas de ellas obras maestras (Espartaco, Senderos de gloria, Cautivos del mal, El loco del pelo rojo...) ha sido cowboy, vikingo, boxeador, gladiador, pintor, detective, soldado, héroe o villano sin perder jamás la compostura ni esa embaucadora sonrisa de granuja capaz de derretir el corazón de una dama o tumbar de un puñetazo a una mula. Único hijo varón de una familia de emigrantes rusos compuesta por seis hermanas más, Issur Danielovicht Demsky se licenció en Arte y Filosofía y comenzó las clases de interpretación. En 1941 debutó en el teatro y conoció a Laren Bacall, que sería su protectora y hada madrina en Hollywood. Al regreso de la guerra se casa con Diana Hill, nacen sus dos primeros hijos y comienza su idilio con el celuloide. Y de repente, la oportunidad: el papel protagonista en Ídolos de barro, por el que fue nominado al Oscar. A partir de ese momento su carrera es imparable. Funda su propia productora, se divorcia y encuentra a Anne Buydens, suma un par de vástagos más a su libro de familia y su fama crece como su cuenta corriente. Un día después de fallecer por sobredosis su hijo Eric (6 julio de 2004), Douglas rompió la regla sagrada que su padre le dictó antes de abandonar a su numerosa prole cuando él era todavía un mocoso: “Issur, nunca lo olvides, los hombres no lloran.” Aquella triste mañana, el gladiador más duro y valiente de la historia del séptimo arte aprendió dos lecciones por el mismo precio: la primera, que rectificar es de sabios; y la segunda, que la vida sin amor es una auténtica mierda.

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