Rem Koolhaas, una visión del mundo

Rem Koolhaas, una visión del mundo

En una mañana de otoño perfecta, Rem Koolhaas aparca su BMW negro de 1998 al borde de un canal de Ámsterdam. No es exactamente un deportivo, sino el típico coche deportivo que cualquier niño dibujaría en un papel. Instantes después está justo detrás de un impresionante escritorio. Este va a ser un día normal de […]

En una mañana de otoño perfecta, Rem Koolhaas aparca su BMW negro de 1998 al borde de un canal de Ámsterdam. No es exactamente un deportivo, sino el típico coche deportivo que cualquier niño dibujaría en un papel. Instantes después está justo detrás de un impresionante escritorio. Este va a ser un día normal de trabajo, aunque no en su oficina de Rotterdam. Quien está frente a él es un periodista: “Todo aquel a quien he preguntado por usted me ha respondido lo mismo: ‘Es un hombre bastante desagradable”. A mitad de esta afirmación, Koolhaas se recuesta sobre su asiento, se separa de la mesa y se balancea. Y aprueba con la cabeza. Tartamudeando, dice algo como: “Sí, eso pasa, sí. Con la gente, sí”. Parece avergonzado. Fuera esperan asistentes, clientes y llamadas de proyectos millonarios en diferentes continentes. El pasado junio, el Museo del Prado seleccionó su estudio, Office for Metropolitan Architecture (OMA), entre los ocho invitados a presentar propuestas para la rehabilitación del Salón de Reinos del Buen Retiro. El plazo acaba el 30 de octubre y será antes de finalizar el año cuando se conozca al elegido. Pero aquí dentro, su cabeza completamente desnuda, sus pequeñas orejas… ¿Quién podría describir a un hombre de dos metros de altura como a un pajarillo herido? Apenas dice nada más. Se acabó la conversación. Le pregunto a su adjunto, Stephan Petermann, sobre lo ocurrido: “Rem tiene un carácter fuerte”, dice. “No lo voy a negar”. ¿Cuándo se enfada? “Solo se enfurece en lo relativo al trabajo, cuando la gente no está lo suficientemente preparada”. ¿Trabaja con Koolhaas gente que no está lo suficientemente preparada? “Necesita la información correcta en el momento preciso. Si alguien dice que hay algo todavía no solucionado, es porque esa persona no ha ejercido la suficiente presión para conseguirlo”. Stephan Pettermann es un tipo amable y brillante de Limburg, la parte más al sur de Holanda. Es el responsable de AMO, la división de investigación de la OMA de Koolhaas. Otra mañana en una cafetería de Ámsterdam, Koolhaas me pregunta si no podría escribir de él con un poco de humor. “Odio ser arquitecto. En realidad, odio a los arquitectos”. Él se dice “arquitecto”, pero en realidad es miembro de esa élite de “superarquitectos” que plantan sus icónicos edificios en ciudades de todo el mundo. Rem Koolhaas ha firmado el edificio de la CCTV (la televisión pública china) de Pekín, el Kunsthal de Rotterdam, la Embajada holandesa de Berlín, la Bolsa de Shenzen, la Biblioteca Pública de Seattle y, más recientemente, El Rotterdam, el edificio más grande de Holanda (aunque él deteste esa calificación). Le pregunto si todo lo que dice es siempre preciso. “No”, responde con una sonrisa traviesa dirigida a Petermann. “Cuando vamos juntos en coche divagamos sin parar”. Una conversación con Koolhaas funciona de la siguiente manera: le preguntas algo y la respuesta puede tomar dos caminos. El primero es directo, pero te hace sentir un poco inseguro antes de que empieces a pensar que tú mismo podrías haber dado con la respuesta. El segundo es excitante, porque no te da una respuesta directa y, sin embargo, empieza a establecer asociaciones. ¿Cuál es el impacto de la crisis? "Debido a que no quedan buenas historias, no te puedes centrar en las grandes historias de otros. Así que se priorizan los deseos personales en lugar de plasmar las ambiciones de otros. Podríamos haber sido enormemente ricos si solo nos hubiéramos dedicado a construir tiendas para Louis Vuitton. Veinticinco años de economía de mercado nos han hecho trabajar más para proyectos privados que para proyectos gubernamentales. La época en la que los arquitectos plasmaban las buenas intenciones de los gobiernos acabó hace ya mucho. Los gobiernos ya no tienen ideales, la desregulación ha fortalecido la economía de mercado hasta un límite fatal. El Universo está vacío o lleno de empresas. El Progreso está fragmentado o completamente disperso". A veces cambia la dirección: en una frase puede asegurar que la crisis es un momento inspirador y a continuación afirmar de manera sombría que “cuando uno observa cómo intentamos dar marcha atrás, se da cuenta de que no hay vuelta atrás. No paro de oír a la gente decir que todo irá bien en cuanto volvamos al momento en el que estábamos antes”. Palabras que usa con frecuencia: supuestos, intuiciones, implicaciones, articulado, concentración, situaciones. Logra hacerte sentir idiota en muy poco tiempo, interrumpiendo constantemente su discurso con preguntas para comprobar tu conocimiento: “¿Le conoces?”, “¿Has leído eso?”, “¿Sabes cómo empezó aquello?” Pero algo destaca con más frecuencia: Koolhaas rodeado de gente modesta y amable. Unas semanas después, homenajeado por el gobierno holandés, muchos de sus amigos acudieron al Rijksmuseum: gente mayor de 50 años, elegantemente vestida en colores sólidos, sin joyas, solo un broche abstracto por aquí o unas gafas sutiles por allá. Todos sonreían afectuosamente, las cabezas inclinadas durante su humilde discurso. Si uno es de verdad gilipollas, ningún amigo te miraría de esa forma. En un coloso de hormigón en Rotterdam está la sede de la Oficina para la Arquitectura Metropolitana (OMA), en la que trabajan entre 250 y 270 personas, distribuidas entre Rotterdam, Nueva York, Beijin, Hong Kong y Doha (Qatar). Thomas, el hijo de Koolhaas, está filmando un documental sobre su padre y pasa a nuestro lado una y otra vez. Un grupo de estudiantes de Harvard lleva toda la mañana pululando por este enorme suelo vacío, por esta especie de tundra de hormigón. Y entonces aparece. Entra solo, sin ayudantes. Ropa elegante, un jersey suave, botas hasta el tobillo, como un actor llegando al set de rodaje. La escena continúa, Koolhaas gesticula y todo el mundo sabe que acaba de salir de una importante reunión. Cruza los brazos, inclina la cabeza. Una estudiante explica su investigación. Rem despega. Petermann y yo correteamos detrás de él y pronto nos vemos juntos en el ascensor, tres hombres y un niño pequeño. Cuando salimos, la gente se arremolina en torno a Rem: asistentes, secretarias, gente de todo tipo. Como ocurre en algunas series norteamericanas, todas las conversaciones tienen lugar en espacios de trabajo dinámicos. Las pupilas de Rem están dilatadas, parece haber crecido todavía más y tiene el aspecto de poder hacerse cargo de las cientos de cosas que la gente le lanza, da igual su importancia. De pronto, su mirada me encuentra y sus ojos desbordan expectación, como diciendo: “Ahora me preguntarás algo realmente importante, como hacen todos los buenos periodistas”. Pero no sé qué decir. Oportunidad perdida. Rem se da la vuelta y desaparece entre gente desconocida y salas de reuniones con paredes de cristal. “¿Cómo puede estar tan concentrado durante tanto tiempo?”, suspiro mientras Petermann responde vagamente. “Bueno, está lo de la natación, por supuesto”, dice. “Cada día. Y a Rem le gusta estar exactamente en el mismo hotel y que el conductor que le lleve al aeropuerto sea el mismo”. Petermann dice que hay algo raro. Siempre que están en una fiesta o reunión social de cualquier tipo y conoce a gente, con frecuencia esa gente confía a Rem la historia de su vida. O al menos todo tipo de experiencias personales, como que su padre se está muriendo o cosas por el estilo. ¿Es por la fama? ¿Qué hace Rem para que la gente actúe así? Petermann no ha encontrado la respuesta. Hablar con Koolhaas es complicado. Estos meses está continuamente en China, Oriente Medio, Inglaterra, Alemania. Me invitan a una cena íntima la noche antes de la inauguración de El Rotterdam. Cuando llego al restaurante encuentro a cientos de periodistas y relaciones públicas. Una joven me recibe, me entrega a la coordinadora, se une el responsable de prensa y me dice lo mucho que le ha gustado mi artículo sobre Rem. Le digo que todavía no lo he escrito. El ambiente es magnífico y relajado. Pero él no está, se ha marchado durante el primer plato. Rem es una leyenda también en este ecosistema. Un periodista de arquitectura me dice lo bueno que es Koolhaas haciéndote sentir cercano. Como ahora, mientras comemos en su restaurante favorito. Le digo que Rem me parece un tipo con los pies en el suelo y que me habló cuánto detesta el título de superarquitecto. El periodista me cuenta que hace poco declaró que su lugar de trabajo favorito es el asiento 1-A de un Boeing de Lufthansa. En sus ensayos y libros destaca un sentido de comunidad que se detecta en su escritura, en su trabajo en Harvard, en su proyecto para la Unión Europea, en su investigación sobre la ciudad de Lagos, o en su último gran proyecto de 2011: una historia oral de los Metabolistas japoneses, donde escribe casi con nostalgia sobre un grupo de arquitectos que cambian juntos su país. Sí, un compromiso con lo comunal. Tras la inauguración de El Rotterdam y muchas citas canceladas, por fin estoy sentado en un coche con Rem. Han empezado a llegar las reseñas sobre “El mastodonte vertical de Koolhaas”. Ocurre justo lo que Rem provoca. El diario holandés ‘De Volkskrant’ yuxtapone la nueva generación de arquitectos con usted. Hay muchos jóvenes arquitectos muy capaces, claro que con preocupaciones y experiencias diferentes y distintas condiciones de trabajo. The Guardian hizo una crítica muy negativa del edificio ‘El Rotterdam’, describiéndolo como “las Torres Gemelas resucitadas en un revoltijo a lo Frankenstein”. ¿Cómo le sentó? Si uno observa la realidad de un momento, cualquier aproximación a cada momento es diametralmente opuesta a otros momentos con el que lo comparemos. Esa es una de las cosas raras de la arquitectura: que necesita mucho tiempo. Así que se puede decir que en tiempos de crisis no es muy apropiado construir algo grande. Pero a largo plazo creo que este edificio muestra la ambición de involucrar a esta parte de la isla con la ciudad. Además, estas críticas son realmente bienvenidas. Todo artículo bien escrito, sin importar si es burlón, es un valor. No soy alguien que diga: “Nunca leo las críticas”. Las leo cuidadosamente. Puedo imaginar muchas cosas. He hecho tantas afirmaciones a lo largo de mi vida, que siempre hay algo que se me puede echar en cara. Es triste que usted y el director de la Bienale de Venezia (de 2014, Koolhaas comisarió) criticaran en el catálogo la influencia de la economía en la arquitectura junto a un enorme logo de Rolex. Sí, es terrible. Creo que he pasado los últimos seis meses recaudando dinero. Pero resulta simbólico de su trabajo. ¿Puedo interpretar su carrera también como una gran tragedia? Usted, tan interesado en lo colectivo, en la comunidad, y su fama tan basada en el neoliberalismo... Yo no vería eso como una tragedia. Se me ha dado la posibilidad de enfrentarme a nuevos desafíos desde posturas novedosas. Una de las cosas que más me han sorprendido es que mi curiosidad ha sido vista como complicidad: ‘Koolhaas hace un libro de shopping, así que está a favor de las compras’; ‘Koolhaas hace un libro sobre el régimen del YES (YES = Yen, Euro, Dólar), así que está a favor’. Pero la verdad es que eso me ha permitido desarrollar una estructura crítica y al mismo tiempo cosas basadas en esa vieja estructura, como la Biblioteca de Seattle o el Auditorio de Oporto. Y en el otro lado estaba la inteligencia de algunas de las cosas nuevas, como G-Star y Prada. ¿Ninguna tragedia? Absolutamente ninguna. Es una gran quiebra, eso sí, y no hay nada más interesante que trabajar en una quiebra. Toda mi historia trata de una quiebra, desde el principio hasta hoy: primero entre Europa y América, luego entre Europa y China. Y una quiebra siempre tiene ciertos elementos: o se alimenta de ambas partes, o tiendes un puente, o te vuelves esquizofrénico. Esos son los tres únicos modelos de quiebra que existen, y en cuyo interior puede desarrollarse una posición dinámica. Así que la línea roja en su trabajo no está en sus edificios, sino en la actitud que propició el nacimiento de esos edificios. Sí, es una división entre mundos. A veces es una quiebra con tres patas. Se trata de un tipo de compromiso para hacer frente a las contradicciones de estos tiempos. Por utilizar una palabra pasada de moda: compromiso. Ser crítico es la base de todo, y creo que en los últimos 25 años la crítica del exterior ha dejado de existir. Uno de nuestros retos radica en cómo ser capaz de organizar el pensamiento crítico. En 1989, mientras presentaba un plan para la Biblioteca de París, Koolhaas ya estaba centrado en la relación entre lo digital y lo real. Quedaba articular su punto de vista: la colectividad. “Es evidente que el sector privado necesita de la colectividad. Los ejecutivos quieren espacios gigantes donde todo el mundo pueda sentarse hombro con hombro como en una sala de control gigante de la NASA. Un espacio desde el que seguir, improvisar y pensar”. Sus ideas sobre las metáforas y los símbolos hacen legendarios sus edificios. Le encanta todo lo que provoque fricción, evoque críticas y sobresalga al criticismo. Practica la curiosidad y nunca se aburre. Escoge el humor o, al menos, su trabajo surge en la misma zona donde surge el humor. Como cuando chocan dos culturas. En todos sus textos aparecen las mismas dos metáforas: la del zeppelín y la de la piscina. El zeppelín significa el entusiasmo por el futuro, y en cuanto a la piscina, a la que una vez llamó ‘condensador social’, se le puede encontrar en una cada mañana.

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