París, capital del perfume

París, capital del perfume

La memoria olfativa es la única que no desaparece. “Los rostros de aquellos a los que más amamos se desvanecen con el tiempo, las voces se borran, pero los olores nunca se olvidan”, decía el escritor francés Marc Levy. (Boulogne, 1961). El autor de Ojalá fuera cierto reconoce el valor poético que tienen los dulces […]

La memoria olfativa es la única que no desaparece. “Los rostros de aquellos a los que más amamos se desvanecen con el tiempo, las voces se borran, pero los olores nunca se olvidan”, decía el escritor francés Marc Levy. (Boulogne, 1961). El autor de Ojalá fuera cierto reconoce el valor poético que tienen los dulces aromas en su obra y, por extensión, en la ciudad donde ha pasado media vida: París. Un paseo por la Rive Gauche permite descubrir los secretos que inspiraron al perfumista Pierre Guerlain, el barrio de Le Marais sigue escondiendo las esencias que aparecían en las obras de Víctor Hugo y la Rue Faubourg Saint-Honoré es una pasarela contemporánea del perfume. La capital de Francia respira anhelos de rosa, jazmín y bergamota en casi cada rincón. Es, sin duda, la capital del perfume, emotiva y ahora de manera formal, institucionalizando las fragancias con dos nuevos centros expositivos dedicados al bello hábito de aplicar un aroma sobre la piel: el recién abierto (el pasado 22 de diciembre) Grand Musée du Perfum (ver páginas 72 y 73)y el Museo de Perfumes de la casa Fragonard, inaugurado en septiembre de 2015. Fundada en 1926, la histórica fábrica de perfumes Fragonard está vinculada a los aromas del ámbar, la mandarina, la vainilla, el sándalo y el jazmín. Sus olorosas pócimas alentaron durante décadas esta industria desde la localidad de Grasse en La Provenza, creando perfumes a partir de flores cultivadas en sus alrededores. Hoy, Fragonard, desde su museo en el corazón de París, hermano pequeño de sus otros dos centros de interpretación del perfume en Rue Scribe y en Grasse, analiza la influencia técnica, social, estética y cultural de las fragancias. Ubicado a dos pasos de la Ópera Garnier, un palacete del siglo XIX acoge uno de los espacios más importantes del mundo dedicados al bello oficio del perfumista. “No son mis espinas las que me defienden, dice la rosa, es mi perfume”, versaba un texto del poeta francés Paul Claudel. Y esta defensa natural y evocadora que dan las fragancias a lo largo de la Historia es lo que se descubre en la colección que acoge este museo de la casa Fragonard. Desde los viejos instrumentos de laboratorio donde se crearon los primeros perfumes de la maison, hasta las esencias florales que prefería una díscola María Antonieta. Un recorrido histórico entre frascos, etiquetas y otros objetos que cuentan cómo el perfume dejó de utilizarse en la Edad Media, época de tan malas costumbres en cuestiones de aseo personal, y vivió un nuevo apogeo en el siglo XV, cuando los franceses, ante el temor de sufrir el contagio de alguna enfermedad con el agua, utilizaron los perfumes para ocultar ciertos olores de su cuerpo. Y así, hasta llegar a la perfumería contemporánea del siglo XX, con una producción unida a las casas de alta costura de la moda parisina, desde Chanel a Christian Lacroix.

Un saga entregada a las esencias

Entre recuerdos de tres mil años de Historia del perfume, la casa Fragonard ha querido conservar el espíritu del edificio que acoge el nuevo museo, que ha sido, sucesivamente, un teatro, una pista ciclista y una tienda de muebles ingleses. La maison no oculta en cada sala su necesaria huella dentro de esta industria clave en Francia. Grandes perfumistas como Fougére Royale (siglo XIX) o François Coty (principios del siglo XX), son algunos de los nombres que aparecen en vitrinas y etiquetas, junto al nombre de Jean-Francois Costa. Él fue el gran patrón de esta fábrica y responsable de inculcar, hasta su muerte en 2012, el amor por las esencias a toda su familia, incluidas sus hijas, Agnes y Françoise, quienes gestionan el destino de la casa. Un saga que creció entre los campos de lavanda de Grasse, la emblemática ciudad considerada el mayor centro de materias primas naturales de perfumería del mundo. Y precisamente, desde esta localidad, establecieron un puente indestructible con París, durante todo el siglo XX, como capital de la moda. Hoy, este museo es la demostración de todo el trabajo que llevan haciendo desde hace décadas, mostrado a través de una gran y sugerente escenografía de archivos, imágenes y alambiques. Aunque la fábrica de la casa Fragonard –un edificio del siglo XIX– se encuentra ubicada en los locales de una antigua perfumería de 1792, no es hasta antes de la Primera Guerra Mundial, cuando un joven emprendedor, Eugène Fuchs, comienza a dar los primeros pasos de lo que sería una idea de negocio exitosa. Eugène, observador, descubrió que los turistas que venían a visitar La Provenza podrían ser sus primeros clientes. A ellos comenzó a venderles productos perfumados (muchos de ellos jabones) de una tierra que ya era el centro del romanticismo europeo. Así, en 1926, nació la primera perfumería Fragonard, cuyo nombre quería rendir un homenaje al famoso pintor originario de Grasse, Jean-Honoré Fragonard, uno de los padres del hedonismo. Hoy es una gran empresa ya perpetuada por las tres generaciones siguientes de la familia, y vinculada necesariamente a los aromas de la ciudad del Sena. Durante las últimas décadas, todos los miembros de esta saga de perfumistas han vivido entregados a hacer crecer el legado, ya sea desde sus tiendas en Grasse, Eze o París, o en sus diferentes museos. Y para alimentar las vitrinas de sus centros expositivos, como grandes amantes del arte, han coleccionado diferentes objetos vinculados a la Historia de la perfumería que muestran orgullosos. Es la manera de dimensionar culturalmente el acervo familiar que llevan casi un siglo recibiendo, y aquí tiene mucho que ver, de nuevo, la memoria olfativa, aquella que dicen los científicos que nunca se olvida.

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