Miguel Torres, el guardián del legado

Miguel Torres, el guardián del legado

Miguel Torres Maczassek (Barcelona, 1974), director general de Bodegas Torres, nos ha citado en Mas Rabell, una antigua masía donde hace ya muchos siglos practicó sus artes ocultas una alquimista local. Hoy se encuentran aquí, a pocos kilómetros de Vilafranca, en el corazón del Penedés, el restaurante privado de Bodegas Torres y su plantación de […]

Miguel Torres Maczassek (Barcelona, 1974), director general de Bodegas Torres, nos ha citado en Mas Rabell, una antigua masía donde hace ya muchos siglos practicó sus artes ocultas una alquimista local. Hoy se encuentran aquí, a pocos kilómetros de Vilafranca, en el corazón del Penedés, el restaurante privado de Bodegas Torres y su plantación de variedades experimentales de viña. Torres fue declarada en 2015 'The World’s Most Admired Wine Brand' por la revista británica Drinks International –tras una votación de más de 200 maestros del vino, sumilleres y periodistas–, un importante logro para una bodega familiar que dio sus primeros pasos en el siglo XIX. Nuestro entrevistado es, desde 2012, la cabeza visible de la quinta generación al frente de la empresa. Háblenos de sus primeros recuerdos vinculados a la empresa familiar, al vino. Mis recuerdos se remontan a cuando era muy pequeño, aunque me acuerdo particularmente de un día en el que descubrimos que había muerto una cepa frente a la casa de mis padres, en Mas La Plana. Yo debía de tener unos diez u once años. Aquel día, mi padre me dijo que debía encargarme de plantar una nueva y hacerme cargo de ella personalmente. Lo hice y, a partir de entonces, cada mañana me acercaba a ver cómo estaba la planta y cómo crecía poco a poco hasta alcanzar la madurez. Todavía hoy, cuando vuelvo allí, una de las primeras cosas que hago es acercarme a mirarla. ¿Qué representa para usted encarnar la quinta generación al frente de un gigante del vino con presencia en más de 150 países? Un reto y una gran responsabilidad. Y no solamente hacia el legado que hemos recibido, sino también hacia las más de 1.300 personas que colaboran con nosotros. Estudió usted Económicas y Empresariales en Esade y Enología en la Universidad Rovira y Virgili. También se graduó en la Escuela de negocios Kennan Flager, en los Estados Unidos, como especialista en Marketing Internacional. Parece que se preparó a conciencia para ocupar el cargo que ostenta. ¿Su destino estaba escrito? A uno le puede parecer que llamándose Miguel Torres esa es la situación. Pero el hecho es que yo no recuerdo ni una sola vez a lo largo de mi vida en la que mi padre o algún miembro de mi familia nos dijera: “Vosotros sois los que vais a continuar con esto, y esto es lo que tenéis que hacer”. En ningún caso se nos plateó como una obligación; siempre percibimos la libertad que teníamos y, cuando llegó el momento de asumir responsabilidades, para nosotros fue ante todo una decisión natural, pero también una decisión propia. Gentleman Actualmente, la presidencia de Bodegas Torres se encuentra en manos de la cuarta generación de la familia, encabezada por su padre, Miguel A. Torres. Usted ocupa la dirección general desde 2012, mientras su hermana Mireia dirige el departamento de I+D+I y las bodegas Torres Priorat y Jean Leon. En la junta directiva, además, están presentes sus primos. Cuando habla en plural, lo hace a nivel colectivo, generacional... Yo cuando hablo de mí hablo también en la medida de lo posible de la quinta generación, sí. Porque quienes la integramos compartimos nuestros valores, pero también nuestra idea de hacia dónde queremos que vaya esta bodega. Tras incorporarse a la empresa, se hizo cargo de Bodegas Torres Chile, donde ejerció como presidente ejecutivo por espacio de tres años. Allí vivió el gran terremoto de 2010, uno de los más devastadores de la historia. Bueno, viví el día después. Yo me encontraba ese día en los Estados Unidos y tuve que buscarme la vida para saltar de país en país hasta que pude en entrar en Chile en autobús desde Argentina. Aquel autobús era el primero que atravesaba los Andes después de la tragedia. ¿Qué se encontró al llegar? La bodega estaba muy mal. Habíamos perdido más del 20% de la producción. Y eso no fue lo peor. Mucha de la gente que trabajaba con nosotros había visto derrumbarse sus casas. Fue una tragedia, aunque también tuvo aspectos positivos. Nos unió a todos para salir adelante. Yo mismo, junto al resto de directores, iba a los almacenes a sacar botellas de vidrio rotas con palas. Creo que conseguimos forjar un espíritu de empresa mucho más fuerte del que teníamos antes, y de ahí surgieron ideas muy positivas. Decidimos certificarnos como comercio justo, por ejemplo. Queríamos ayudar a nuestra gente y no solo después de la catástrofe, sino cada día. También iniciamos la certificación de todos nuestros viñedos como viticultura orgánica. En cierto sentido nos hicimos más fuertes. ¿Cuál le gustaría que fuese el legado de su etapa tras haber vivido la empresa, bajo la presidencia de su padre, una de las mayores historias de éxito del vino español? Para nosotros el camino está muy claro. Nuestra ilusión es centrar nuestros esfuerzos cada vez más en los vinos de viñas singulares, de los que mi padre, por cierto, fue pionero. Este año se cumplen los cuarenta años del primer Mas La Plana. Nuestra meta es ir hacia vinos más particulares, que reflejen cada vez más la personalidad del terruño donde nacen. Había quien echaba de menos esa ambición de Torres en regiones vinícolas españolas históricas, donde cuentan con proyectos en marcha hace años. Siempre hemos intentado, cuando llegamos a una región nueva para nosotros, ser humildes. Intentar entender la tierra. Es muy difícil hacer un gran vino el primer año que llegas a una zona nueva. El tiempo es un factor clave en la ecuación del vino. Esta es una de las grandes virtudes de la empresa familiar, que no tienes la presión del corto plazo. Para hacer grandes vinos necesitas tiempo. Tiempo para entender la naturaleza y sus ciclos, para hacer las pruebas necesarias antes de lanzar al mercado un gran vino. Parte del legado de Torres es ecológico. ¿Aspiran a la sostenibilidad absoluta? Apostamos claramente por la viticultura orgánica, sí. Desde 2008 hemos venido acumulando una importante inversión para reducir hasta un 30 por ciento la huella de carbono de cada una de nuestras botellas. Nuestra intención es transformar toda nuestra viticultura. Desde el punto de vista energético, trabajamos con nuestras propias placas solares y fotovoltaicas, cadena de biomasa, coches eléctricos... Nos fijamos en cada uno de los destalles que pueden hacernos más sostenibles, porque la sostenibilidad es un conjunto de pequeños detalles mirados con mucho cariño. ¿Cuáles son las claves que han permitido el éxito y la consolidación de Torres en los mercados del mundo? Podría esperarse una respuesta estratégica a esta pregunta, pero contestaré con lo que me dijo mi abuelo cuando yo era pequeñito: “Para vender vino hace falta tener un gran producto, hablar idiomas y coger la maleta”. ¿Cuáles son sus placeres? Sobre todo, estar con mi familia. Me gusta mucho hacer deporte, también. Correr, especialmente. Es algo que puedes hacer en cualquier lugar del mundo. En mi maleta nunca faltan unas zapatillas.

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