Hay hilos que, si tiras de ellos, revelan secretos insospechados y responden a cualquier pregunta:
el hilo histórico del tapiz y del telar, en cambio, es tan largo que se pierde en la leyenda. De hecho, sólo sabemos que, hace 5.000 años, los babiloneses ya decoraban los muros de sus palacios con tapices, y también que, hace 3.500, los egipcios del Imperio Nuevo ya los fabricaban con telares de alto lizo. Por lo demás, se aventura –porque es verosímil y muy posible– que el tapiz “vino de oriente”, pero en realidad no se sabe ni cuándo ni desde dónde. De hecho, la primera tejedora de la que tenemos noticia es la mítica Penélope, esposa de Odiseo, héroe de la guerra de Troya.
Cuenta Homero, en el siglo IX antes de Cristo, que durante los veinte años que su marido pasó en el frente Penélope recibió tantas (y tan insistentes) ofertas de matrimonio, que la única manera que se le ocurrió para mantenerlos a distancia y poder seguir fiel a Odiseo, fue prometerles a todos que se casaría con alguno de ellos en cuanto terminase de tejer un sudario para su suegro, Laertes; lo cual nunca llegó a pasar, ya que Penélope, fiel a Odiseo,
deshacía de noche lo que tejía durante el día, consiguiendo así mantener en vilo a sus pretendientes hasta el regreso de su amado, que “por supuesto” los mató a todos.
Ana G. Moreno
En Europa, los tapices se utilizan desde la Edad Media con una clara intención decorativa, a partir de cartones dibujados para la ocasión. Es por ellos que en los palacios patricios surge la figura del pintor de cartones, destinado a convertirse más tarde en pintor de corte. Colgados por anillas a unas barras, estos monumentos a la infinita paciencia humana eran utilizados en palacios, castillos y edificios religiosos, para decorar sus muros perimetrales, separar naves o delimitar ambientes. En los frecuentes viajes de nobles y reyes los tapices eran de gran utilidad, pues se transportaban fácilmente y acondicionaban en muy poco tiempo sus estancias de paso.
En época gótica, los países con más fama en la ejecución de los tapices fueron Francia y Flandes, destacando las ciudades de Arras, París, Tournai y Bruselas; gracias al mecenazgo de la Casa de Borgoña y con la protección de los Austrias, durante el Renacimiento y la primera época del Barroco, esta última se convirtió en la capital del tapiz europeo. En 1662, por deseo de Luis XIV, se funda en París la manufactura de los Gobelinos,
en la que se establece una organización del trabajo muy novedosa, prácticamente semiindustrial, y desde luego muy diferente de las condiciones familiares y artesanales flamencas.
En España (donde gracias a los musulmanes la técnica de la tapicería se conocía ya desde el siglo XI y donde su fabricación había sido continua), la iniciativa del rey de Francia caló tan hondo que en 1721, a instancias de Felipe V,
acabó dando lugar a la creación de la Real Fabrica de Tapices, con tapiceros venidos de Flandes pero siguiendo el modelo de los talleres reales establecidos en Francia. Algo así como una fusión de la máxima tradición con la máxima modernidad.
EL TAPIZ INTERMINABLE
A lo largo de sus casi trescientos años de ininterrumpida actividad, la Real Fábrica de Tapices ha pasado, pues, por numerosas vicisitudes históricas,
muchas de ellas retratadas por Francisco de Goya, uno de los artistas más prestigiosos con los que la Fábrica ha podido contar, y sin duda el más prolífico, ya que realizó para ella 63 bocetos.
Sin embargo, al tiempo que constituye uno de sus mayores tesoros, la (tan asidua) presencia de Goya ha supuesto para la Fábrica también cierto handicap, pues la larga sombra del gran genio aragonés ha hecho que todavía hoy haya gente que, erróneamente, identifica la Fábrica exclusivamente con él, y con ninguno
más de las docenas de artistas y obras que han contribuido a conformar la magnífica colección de tapices, alfombras, reposteros y cartones de los siglos XVI al XX que hace de ella una suerte de diario histórico único, cuyas páginas están
repartidas por prácticamente todos los palacios de la Corona Española, empezando por el Real y siguiendo por los del Pardo, de la Granja de San Ildefonso, de Aranjuez, de Riofrío, de Pedralbes o los salones de los Reales Alcázares.
TAPICES UNIVERSALES
Además de a Goya y a la extraordinaria calidad de sus obras, la Real Fábrica de Tapices debe su fama mundial a su exitosa participación en muchas exposiciones universales, empezando por la de París de 1867, en la que obtuvo una mención de honor que al año siguiente, en Zaragoza, se convirtió en su primera medalla de oro. Con ocasión del centenario de la declaración de la independencia de Estados Unidos,
en 1876 se inauguró en Filadelfia su primera muestra internacional de tapices: un acontecimiento de gran importancia, que le procuró una clientela muy numerosa y selecta, especialmente a partir de comienzos del siglo XX.
Tras una nueva mención de honor (Barcelona, 1888), en 1900 –en una exposición en la que sus tapices más célebres (Los Pecados Capitales, La Historia de Escipión, Los Honores y La Conquista de Túnez, entre otros) hacen de contrapunto a 120 esculturas vanguardistas de Auguste Rodin–,
la Real Fábrica gana por fin, en París, su primera medalla de oro; a la que, ocho años más tarde, en Bruselas, se añade una segunda.
Isabel Vaquero
En 1919, de nuevo en París, sus tapices obtienen el
Gran Premio de la Exposición de París y, en 1929, participa con gran éxito en las de Barcelona y Sevilla. En 1933, la Real Fábrica recibe el encargo del gobierno republicano de montar el pabellón español en la Exposición de Chicago. En 1953 se exponen en Madrid los restaurados tapices de Pastrana. Posteriormente, la Real Fábrica de Tapices ha concurrido a muestras de la importancia de Santa Bárbara (California) y Nueva Orleáns, en 1980 y 1981, respectivamente, realizando, en 1985, una memorable exposición de tapices paralela a la de Europalia, en Bruselas.