Purasangre: la devoción por el caballo español en el mundo

Purasangre: la devoción por el caballo español en el mundo

A sus 78 años, Álvaro Domecq todavía tiene la vitalidad suficiente para dirigir cabalgando, en su finca gaditana de Los Alburejos, el espectáculo campestre ‘A campo abierto’. También para señalar el camino que debe seguir una raza, la del pura sangre español, que fue la preferida de reyes y germen de tantas otras europeas y […]

A sus 78 años, Álvaro Domecq todavía tiene la vitalidad suficiente para dirigir cabalgando, en su finca gaditana de Los Alburejos, el espectáculo campestre 'A campo abierto'. También para señalar el camino que debe seguir una raza, la del pura sangre español, que fue la preferida de reyes y germen de tantas otras europeas y americanas, pero que hace 40 años estaba en pleno decaimiento. “Es un animal muy inteligente. Cuando tiene fuerza lo da todo y si se le enseña, sus movimientos tienen un arte que no encuentras en ningún otro”, declara con entusiasmo el jerezano. Esta es, en definitiva, una historia que podría calificarse de amor. Porque criar caballos no es comparable con otra actividad o dedicación. Se crea un vínculo que trasciende el mero negocio y que al menos a Álvaro Domecq le impide considerarse un buen vendedor: “Cuando me sale un buen ejemplar no puedo evitar retenerlo y montarlo”. Para demostrar la intensa relación que se establece entre hombre y equino, a Miguel Ángel de Cárdenas (fallecido el año pasado), otro insigne ganadero, le encantaba recurrir a una anécdota que le sucedió en México. Un terrateniente de ese país le compró en 1980 a Genil, que acababa de ser Campeón de España. Nueve años después viajó a Tabasco para visitar la finca donde se encontraba el caballo, en la que le recibieron con una exhibición que encerraba una entrañable sorpresa: el acto final era la actuación de Genil, que al pasar trotando por donde el listre criador estaba sentado, se paró en seco, vino hacia él y, haciendo el relincho de amistad de los caballos, le acarició las piernas. Tanto Álvaro Domecq como Miguel Ángel de Cárdenas (y el padre de éste) comenzaron en los años sesenta una inaplazable depuración de la raza comprando ejemplares de hierros históricos como Yeguada Militar y el Bocado. Con los mejores, el primero sentó las bases de la Real Escuela Andaluza de Arte Ecuestre, una institución que, además de ser museo, ha recuperado para nuestro país la tradición de la doma clásica como se practica en la Escuela Española de Viena, que se fundó en el siglo XVI, precisamente, con caballos españoles, luego llamados lipizzanos. Y Cárdenas formó una cuadra que ha vendido algunos de sus sementales por 80.000 euros. Dotes al animal nunca le faltaron, sobraban cruces bastardos, hasta llegar el día en que los purasangre no sólo comienzan a despuntar en competiciones deportivas sino que son los preferidos en los anuncios televisivos, como en aquel famoso spot de una conocida marca de carburantes, o en el que encarnaba al cavallino de Fernando Alonso. “Es un caballo muy plástico, de formas redondeadas y con largas y pobladas crines. Tiene, además, un carácter excelente, es muy fácil domarlo. Por eso lo escogen para la publicidad, y también lo convierte en el favorito para aprender a montar”, comenta en su despacho de Sevilla Javier Conde, recientemente reelegido presidente de la Asociación de Criadores de Caballos de Pura Raza Española (ANCCE). Considera, además, que hay una historia que reivindicar. “Plinio ya se refería de forma elogiosa a los corceles de la Bética y sólo hay que ver los cuadros de Velázquez para darse cuenta de su importancia en la corte”. EL NACIMIENTO DE LA PUREZA El origen oficial de esta raza de cuello fuerte y pecho amplio hay que situarlo en el siglo XVI, cuando Felipe II ordena la creación de las Caballerizas Reales de Córdoba, donde se agruparon a los mejores sementales y yeguas del sur de España. Había que cuidar la especie: los caballos eran los antiguos tanques, aunque eso no impidió que hubiera descuidos. El miedo al expolio durante la invasión francesa hizo que la cuadra se trasladase a Mallorca. A su regreso, Fernando VII y su hermano, el Infante Carlos, fueron partidarios de cruzarla con otras razas. Por suerte, muchos ganaderos no siguieron la moda del Deseado, lo que permitió al Ministerio de la Guerra, a mediados del siglo XIX, recuperar el caballo andaluz, que constaría por primera vez como de Pura Raza Española –conocido también por sus siglas, PRE– con la apertura en 1912 de un libro registro específico. Sin embargo, en ese breve renacer se fueron imponiendo los medios de locomoción en el campo, con lo que su uso decayó, conservándose la raza en muy pocas familias: Pallarés, Bahones, Escalera… Hasta la aparición en escena de Álvaro, detonante, además, de que se creara la ANCCE, que organizó en 1991 el primer Salón Internacional del Caballo de Sevilla (SICAB). Sólo con la Feria de Jerez no era suficiente. Aparte del brote de peste equina entre 1989 y 1992, que se llevó decenas de caballos por delante, en esta última etapa ha habido que salvar, para la consolidación de la raza, diversos escollos. El primero, de clase: “El aficionado la consideraba de gente de una posición socioeconómica alta y se ha logrado demostrar que está al alcance de todos, popularizando su uso”, explica Andrés Quices García, propietario de la onubense Yeguada Hacienda María. Allí tampoco hay duda que la mejor promoción es a través de los éxitos deportivos. EL NUEVO CABALLO ESPAÑOL Álvaro Domecq es de los que opinan que al multiplicarse su reproducción se ha perdido en calidad: “Como en otros países, el semental ha de ser el mejor caballo que existe, y para tener categoría y seguir vendiendo, hay que dar menos”, concluye. Justo lo contrario de lo que ocurrió en plena efervescencia económica precrisis, en la que se vio mucho recién llegado al sector, que hoy vende a saldo su cuadra por falta de recursos siquiera para dar de comer a los animales. “Si queremos obtener buenos precios de los proveedores, tenemos que unir las fuerzas de todos los ganaderos y funcionar como una central de compras”, cuenta Conde. “Cada año, más de 2.000 ejemplares cruzan las fronteras de nuestro país para estabularse en cualquier lugar del mundo, y este traslado, si es al continente americano, tiene un coste de transporte que de media alcanza los 7.000 euros, una suma disparatada”, señala apunta.
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