Tudor: un bronce de oro

Tudor: un bronce de oro

Desde que Tudor lanzó su primer Heritage en 2010, un cronógrafo, la línea que explora la historia y el sentir relojero de la firma se ha convertido en el referente creativo y también en el nuevo atractivo de una oferta que, en cada ejercicio, deja excelentes ejemplos de sus capacidades. Entre todas ellas, y antes […]

Desde que Tudor lanzó su primer Heritage en 2010, un cronógrafo, la línea que explora la historia y el sentir relojero de la firma se ha convertido en el referente creativo y también en el nuevo atractivo de una oferta que, en cada ejercicio, deja excelentes ejemplos de sus capacidades. Entre todas ellas, y antes de que llegue el momento de volver a sorprender durante la próxima edición de Baselworld, sin lugar a dudas, la pieza que ha resultado más llamativa y más alabada ha sido el Black Bay Bronze. Una imponente creación de 43 mm de diámetro que ha cautivado a un público heterogéneo y que al mismo tiempo le ha dado una nueva dimensión a Tudor. Convertida rápidamente en pieza de culto, en ansiada posesión con lista de espera, es todo un ejercicio de diseño y de perfección. Es la que aporta la combinación de bisel y esfera en color marrón chocolate –la primera vez que se hacía en un reloj Tudor–. Ricardo Balbontín Importante también es la presencia del concepto manufactura que desde 2015 preside el interior de las nuevas creaciones de la casa. En este caso, el Black Bay Bronze incluye un movimiento. El MT5601, variante del original y diseñado específicamente para esta pieza. Con sus 70 horas de reserva de marcha, cuenta con una frecuencia de 28.800 alt/h y su volante cuenta con una espiral de silicio. O lo que es lo mismo, Tudor ha situado sus calibres en niveles de excelencia y precisión a la altura de los mejores, como lo prueba entre otras cosas que disponga de certificado oficial de cronómetro. La inspiración histórica de este Black Bay alcanza a la correa, que toma la imagen de las que de forma artesanal realizaron los miembros de la Marina francesa, en concreto una hecha con material reciclado de un paracaídas. En Tudor lo han rememorado con una correa de tejido Jacquard beige y marrón. Es el broche a una pieza que no olvida los orígenes, que en el caso de los relojes submarinos de Tudor se remonta a 1954, cuando aparece en escena la referencia 7922. Sería el primero de una larga e innovativa sucesión de relojes que basaron su éxito en una excelente ergonomía, legibilidad y resistencia. Y por supuesto, precisión, como la que muestra este Heritage Black Bay Bronze, tan aclamado como reconocido, pues en el último Grand Prix de Relojería de Ginebra (GPHG) fue galardonado con el premio “La petite aiguille” al reloj del año en la categoría de relojes que no superan los 7.400 euros. Aunque el verdadero reconocimiento y refrendo siempre lo tiene que dar el mercado. Y en este caso, el placet es unánime.

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